Venía yo en el tren atravesando naturaleza.
El sol, muy horizontal ya, empezaba a acostarse, «coucher du soleil» dicen los franceses… aunque era temprano todavía; pero es que estamos en pleno invierno.
Árboles muy desnudos, ríos y riachuelos muy crecidos, nubes perezosas y rosadas pero dejando todavía ver azul de cielo…
Tanta belleza… que no sé cómo, pero que muy consciente, que tenía yo… ¡»GANAS DE DIOS»!
Ya ha caído la noche. Sin belleza exterior, el ruido de las puertas del tren que se abren concentra mi atención en un hombre mayor acompañado solo de su bastón; accede con cierta dificultad. Le hacen sitio. Sentado se siente seguro; y arropado: «eskarrik asko», musita. Se asienta bien la boina, deja la cachava y respira hondo. Tranquilo.
En la pasarela de entrada un hombre joven, de pie, se agarra con una mano a la barra de arriba. En su mochila delantera, se arrebuja un bebé que ya sostiene su cogote, empeñado en agarrar la nariz de su «aitá», supongo. Porque lo que veo es de una ternura y cariño que si no viéramos el bebé diríamos de alguien enajenado. Pues sí. Aquel hombre, de rudas facciones, enajenado, se deshace en mimos y requiebros… ¡Y cómo interactúa el bebé! entre risas desdentadas y gorgoritos y gorjeos entremezclados se comunican tanto… y tan felices!.
Una mujer, mediana edad, bolso que agarran sus manos, sobre las rodillas muy juntas. Mirada perdida. Cierra los ojos. Tensa. Se le ha escapado un suspiro. Ni siquiera responde al saludo de la señora que acaba de subir y se sienta a su lado. Es un tren de cercanías; nadie se siente extraño.
En el siguiente apeadero sube un trabajador de empresa. Le delata su ropa de trabajo; además su mochila y caja de herramientas. Ni siquiera se sienta. Tres estaciones cortas y se apea.
Y entran dos chicas y tres chicos; ni se molestan por encontrar sitio. Están tan a gusto en la pasarela, juntos, cerca. Caras expresivas, risas y voces, entre castellano y euskera; algún achuchon que otro, miradas compinchadas… Y pronto llegan a Eibar donde encontrarán pandilla y discoteca de viernes noche. Poco tiempo y mucha juerga y jolgorio.
Tanta belleza… Tanta vida… Tan diversa… Tanta hondura…que no sé cómo, pero que muy consciente… GANAS DE DIOS para el anciano sin compañía, para el bebé y el aitá, para la mujer preocupada, para el trabajador de empresa, para la juventud radiante… ¡GANAS DE DIOS!
Eran las «ganas» de Jesús:
PADRE NUESTRO,
¡SANTIFICADO SEA TU NOMBRE!
¡VENGA A NOSOTROS TU REINO!
¡Nada más! ¡Y nada menos!
En el metro que llega a Bilbao desde Donosti, sin prisas, atravesando naturaleza, con la placidez y parsimonia de sus ríos en terreno llano… Pero que «polliki» polliki» llegan al mar.
Como nuestras vidas.
Cruzada, pues, mi vida con tanta vida, con tanta belleza. Y con la confianza de confiártelo.
Teresa Zugazabeitia FI