Dimas y Gestas, malhechores sentenciados.
Crucificados fuera de las murallas, junto a ese joven profeta galileo.
Se revuelven y desesperan en el colmo de su tortura. Es el final, ignominioso.
Además, ese joven rabí ha atraído a tanta gente… que su suplicio quedará más patente aún.
Todo un gentío ha acudido al Gólgota: soldados romanos, personas importantes de Jerusalén y muchas personas que seguían a ése que se creía rey de los judíos…
Todo un espectáculo a su costa.
Han acelerado su condena, porque quieren matarlo antes de la fiesta de la Pascua.
Rechazados, malditos, los dos se rebelan y descargan toda su rabia contra Jeshoua..
Cuelgan los tres de las cruces. ¡Maldito el que cuelga del madero!
Tiempo lento, quieto. Detenido. Larga espera convulsa, angustiosa.
Dimas oye un suspiro del galileo.
Lo mira; percibe su cuerpo azotado; una extraña corona de espinas ciñe su frente.
Parece escuchar unas palabras suplicantes. Vuelve a mirarlo y ve cómo eleva sus ojos hacia el cielo.
«PADRE! PERDÓNALOS, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN»
Además los disculpa. No lo entiende. Se enfurece todavía más, como Gestas en la otra cruz.
Y los dos siguen descargando contra Jeshoua.
Los de abajo siguen increpando:
«a otros ha salvado; y a sí mismo no puede salvarse. Si eres hijo de Dios… baja de la cruz y te creeremos.»
Ajetreo de ir y venir, insultos… silencios densos… curiosos indiferentes… sufrimiento callado… conmoción tensa… voces de soldados… llantos contenidos… oración confiada… murmullo de la gente… burlas… gritos de Gestas… respiraciones jadeantes…
¿Qué le pasa a Dimas?
Ahora permanece callado.
Contempla a aquel joven de Nazaret, despreciado, desecho de los hombres, varón de dolores, conocedor de todos los quebrantos, ante quien se vuelve el rostro…
Está mirando otra vez al cielo; y a la hora nona, grita aquel salmo: ¡ELÍ, ELÍ,! ¿LEMÁ SABACTANÍ?
Los de abajo siguen burlándose: «si eres hijo de Dios»…
¿Qué le pasa a Dimas?
Algo nuevo empieza a oscilar en su corazón: ¿asombro, desconcierto, inquietud?
Ahora se enfrenta a su compañero en defensa de Jeshoua. Da la cara por su inocencia.
Algo había oído de las curaciones portentosas que hacía. De su mensaje, no mucho. Él iba por otros caminos.
Al pie de la cruz está su madre, de pie. «MUJER: AHÍ TIENES A TU HIJO…»
La acompañan otras dos mujeres y un joven a quien confía su madre. Y a su madre, el amigo del alma.
Dimas sigue desconcertado.
Ni una queja. Un rostro, dolorido, débil, sí. Pero él permanece tan paciente, tan sereno…
Emana tanta paz, tanta bondad, tanto amor, en medio de tanto dolor!… de tanta hostilidad!
Ese permanecer en la cruz, umbral de la muerte, con tanta dignidad, con tanto amor…
Perdonando, disculpando, orando… preocupándose por sus verdugos, por su madre, por aquel joven…
En continua relación con su Dios a quien llama; ¡PADRE!
Lo deja perplejo, lo descoloca, le inquieta.
Y se confronta consigo mismo. Y encara toda su vida en un relámpago de luz.
Escucha un susurro débil: «TENGO SED…» Ha perdido tanta sangre…
Muy intrigado está por este nazareno. INRI es su delito. El Derecho Romano ha sentenciado su muerte.
Dimas vuelve a mirarle y… no le parece que quisiera ser rey.
Porque no ha habido revueltas políticas… Dimas hubiera participado en ellas.
¿Qué misterio envuelve a este joven profeta?
Acaban de retarle otra vez… «¡Si eres Hijo de Dios baja de la cruz y creeremos en ti!»
Qué le pasa a Dimas?
Sigue pensando: esas obras que hacía… hablaba también de un Reino… le acusan de blasfemo… Hijo de Dios…
Y Dimas le mira una y otra vez… manso cordero que llevan al matadero…
Y recuerda aquellos pasajes de Isaías, los del Siervo, cuando iba con sus padres a la sinagoga y a Jerusalén.
Qué lejos queda todo aquello… Aquella fe de sus mayores, aquellas profecías… aquellos salmos…
Todo converge: ¡ése Jeshoua es más que un rabí, más que un profeta… algo empieza a transcender!
¿Qué le pasa a Dimas?
¿Qué latir nuevo, desconocido, brota en su corazón?
Su rostro se ha distendido.
Su mirada queda fija en Jeshoua. Atraído.
Disminuye su tono de voz; y una súplica orante le emerge desde el hondón de su alma:
¡SEÑOR ACUERDATE DE MÍ CUANDO ESTÉS EN TU REINO!
¡Confía en Jeshoua y cree: Dios salva!.
Tal confianza que sólo aspira a que se acuerde de él.
Lo ha percibido con tanto amor que le basta con que se acuerde de él.
Certeza inmensa se asienta en su corazón, hasta entonces convulso y desesperado.
Jeshoua tiene que ser el de la promesa mesiánica, el esperado por tantas generaciones.
¡Su reino no es de aquí. Es más allá. Un más allá feliz que es salvación!.
JesJeshoua torna su cabeza hacia él.
DimDimas queda envuelto en aquella mirada amorosa que le inunda y anega en una paz inmensa.
Está dirigiéndose a él.
YO TE ASEGURO, ¡HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO!
Ya no le importa morir.
… ¡HOY ESTARÁS CONMIGO!
La muerte no es el abismo. Solo es un PASHO, pascual, hacia la VIDA
Y el joven Juan, que está abajo, oye y recuerda aquellas palabras que las guardará en su evangelio:
«Padre, quiero que donde yo esté, estén también conmigo los que Tú me has dado»
La VIDA es: ESTAR CON JESÚS. Es… SER en el AMOR. DIOS ES AMOR, nos dirá Juan.
¿Quien nos separará del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús? Confirmará Pablo.
Dimas sigue colgado en la cruz. Como Gestas que sigue desesperado.
Como Jeshoua, que sigue rezando: «TODO ESTÁ CUMPLIDO»
Todo ha cambiado para Dimas.
Un Dimas, en la cruz, que participa ya de los mismos sentimientos que Cristo Jesús:
“PADRE, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPIRITU”
Ha dado un grito vigoroso; ha inclinado suavemente la cabeza, y ha entregado su espíritu.
Enardecido de esperanza, está deseando que le quebranten ya las piernas para ESTAR CON JESHOUA.
Con el centurión afirma seguro: ¡verdaderamente éste era Hijo de Dios!
Teresa Zugazabeitia FI