Dolorosa, juxta crucem lacrimosa dum pendebat Filius…
Sufre la sentencia injusta que ha llevado a su hijo del alma a la cruz.
No puede entenderlo.
En su interior. Ella también se vuelve a Dios.
Pregunta como lo hizo en la Encarnación: ¿CÓMO HA DE SER ESTO?
Como Jesús… «¿ELÍ, ELÍ, LEMA SABACTANÍ?»
Muy quebrantada por el dolor… STABAT… De pie.
La acompañan otras dos mujeres y Juan.
Sufriendo el dolor del hijo.
Traicionado, renegado, abandonado por sus íntimos.
Repudiado por el Sanedrín por blasfemo.
Sentenciado a la cruz, después de haberlo declarado inocente.
Azotado, comparado con Barrabás. Ha oído los gritos del pueblo: ¡crucifícale!, ¡crucifícale!
Ha hecho el camino, con él, hacia el Calvario, jadeante con la cruz a cuestas.
Lo han crucificado. Colgado entre dos forajidos.
Noche muy oscura de fe.
Su gran AMÉN a la ENCARNACIÓN ha sido también en fe.
Cuando lo descienden, se apoya en Juan.
Agradece a José de Arimatea que deposite en el sepulcro el cuerpo ya sin vida de su hijo.
Y se aleja acompañada de Juan.
El sufrimiento del hijo ha acabado.
Ha entregado su espíritu. Está en manos del Padre.
Tal vez empieza a alumbrar la esperanza.
Una espera esperanzada, tenue, todavía.
El dolor y quebranto han hecho mucha mella en ese corazón de madre.
Pero Ella no irá a primera hora a embalsamarlo, después del shabat.
ESPERA: ¡aquí esta la esclava del Señor!
Acompañemos este shabat, a la Madre.
Está en casa de Juan.
Mejor, dejémonos acompañar por la Reina y Madre de Misericordia.
Que la sangre de su Hijo brote en VIDA Y RESURRECCIÓN en la entera humanidad.
Que Ella reanime y afirme nuestra débil esperanza.
MADRE de la ESPERANZA, ¡mantén el ritmo de nuestra espera!
Teresa Zugazabeitia FI