Hoy celebramos la fiesta de la Epifanía del Señor, hoy recordamos a los magos de Oriente y agradecemos los regalos que le llevaron al Niño. “El oro nos recuerda que Dios es lo primero, como elemento más precioso, a Dios hay que darle siempre el primer lugar. El incienso, es lo que simboliza nuestra relación con Dios, la oración que como perfume sube hasta Dios. También la mirra, el ungüento que se usará para envolver con amor el cuerpo de Jesús bajado de la cruz” . Así nos decía el Papa Francisco, el año pasado, el significado de los regalos de los magos.
Hoy la M. Cándida nos regala su consejo y nos dice que hay que amar a la persona a tope. Que tenemos que saber su nombre, que tenemos que llamar a las personas por su nombre y si no lo sabemos, debemos preguntarle y nombrarla, porque es una forma de tratar con dignidad al otro, con la dignidad de saber que es mi hermano. También nos habla de la edad, y aquí es donde nos recuerda que no sólo hay edad buena si es parecida a la mía, sino que los mayores también tienen la necesidad de ser escuchados en sus experiencias, aunque la repitan muchas veces. Es un regalo impagable. Pide también el nombre de los padres y nos aconseja que no perdamos de vista nunca a la familia, al origen de dónde venimos, porque hay veces que se nos puede olvidar lo que los padres hicieron por nosotros y es ahí donde nos podemos equivocar. Siempre el nombre de los padres, siempre. Nos aconseja también no olvidar la parroquia, nuestra comunidad, con sus defectos y virtudes, como cualquier familia. Creo que no existe parroquia perfecta, por eso no entiendo los que van en procesión buscando la parroquia perfecta, sin saber que la tenían muy cerca. Y para acabar, importa la conducta, el ser buena persona, el saber estar de forma educada, que no es silenciosa siempre, el saber escuchar y opinar, con educación, pero con firmeza sobre todo lo que podemos aportar. Todo esto tiene un fin, todos estos datos de cualquier persona tienen un fin. Y ese fin es ayudar según Dios. Nunca según nosotros. Somos los cuidadores, los conocedores, los colocadores, los directores, pero no podemos olvidar que nuestra guía es Dios, nuestro destino es Dios y nuestras acciones deben ser según Dios.
Ayer escuché algo que no quiero olvidar. Escuché a un misionero salesiano responder a la pregunta donde está tu hogar. Dijo que su hogar está donde están las personas que ama. Me impresionó su sonrisa y determinación cuando contestó, me emocionó su bondad, su mirada. Estaba en un lugar perdido de Uganda, en un campo de refugiados de la guerra. Y es en ese momento cuando reflexionas y te das cuenta de lo que tenemos y de lo que nos falta, y piensas que hay que dar gracias y no quejarnos de las piedrecitas del camino, de las insignificantes piedrecitas del camino.
Celebremos con la alegría que se merece esta fiesta de abrazos y regalos, de gratitud, pero no olvidemos que mañana empezamos nuestra tarea, y esta tarea no es otra que ser buenas y nuevas personas que tienen la oportunidad de llevar al día a día todo lo sentido, todo lo vivido y todos los buenos propósitos que hemos hecho. Seamos espigas que se inclinan, como dice la fábula de Hartzembush:
La espiga rica en fruto
se inclina a tierra;
la que no tiene grano,
se empina tiesa.
Es en su porte
modesto el hombre sabio,
y altivo el zote.