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Cerveza bien fría

Qué bien te sabe esa cerveza bien fría en estos días de estío caluroso. Cómo la paladeas y te reconforta por dentro. 

¡Tenias tanta sed!

Y ese pincho de tortilla o bocata de calamares en esa mañana larga de trabajo. 

El desayuno de las ocho, ¿dónde está?

¡Tenías un hambre!

Y ese dejarse en brazos de Mofeo. Requiere tener sueño, se te caían los párpados.

Ese bienestar que te produce esa cerveza fría, ese bocata de calamares o esa sornadita de siesta, no serían tales si no hubieras tenido sed, hambre o sueño. 

En rigor, para poder DES-CANSAR, hay que estar cansado y sentirte cansado. 

Son muchas las causas de nuestro cansancio. 

Y muy diversos nuestros cansancios. 

Uno se cansa solo. 

Y descansa solo también. 

DES-CANSAR. 

Antónimo de CANSARSE: ¿verbo reflexivo… o reminiscencia de voz media griega? ¿Algo inmanente que acontece y termina en el sujeto? 

Sea lo que fuere, lo experimentamos. 

Necesitamos descansar. 

No somos robots programados. 

¿Sabemos DES-CANSAR? 

Soltar muelles, físicos o síquicos, que nos atenazan, nos van violentando por dentro. sin darnos cuenta a veces. Nos estiran. Stress, anglicismo adoptado sin problema. 

Y lo españolizamos ya sin reservas: «está estresado». «Es que me estresa demasiado». Tendrá que admitirlo la R. A. E. 

DES-CANSAR: o simplemente: estar. 

Y entonces se te adentran sensaciones insospechadas, si tienes la suerte de estar en plena naturaleza: trinos y gorjeos de pájaros que admiras su vuelo corto o sereno. O ese cri-cri del grillo. 

También esa gama de verdes que lucen los prados o coloridos diversos de plantas y flores…. O sigues el rastro de las hormigas… o el canto de las cigarras… 

Y si estás junto al mar inmenso: bravo o en calma, esas olas orgullosas que cabalgan y cabalgan, crines blancos de espuma, y que terminan deslizándose suavemente en la arena. 

O estás en una terraza, viendo el deambular de la gente, ¡tan pintoresca en verano! 

Juegas… por jugar. Lúdicamente. 

Es el tiempo de tus hobbies también. 

Oyes tus viejas melodías, aquellas del vinilo. O las clásicas de Bach, Mozart de siempre, o las bandas sonoras del que se nos ha ido: Morricone, ahora en soportes digitales. 

Eres dueño del tiempo; no miras el reloj. 

Largo en una hamaca, oteas el horizonte sin pretender buscar nada. ¡Estás en Babia! 

Alargas indolente la mano para agarrar ese libro que te estaba esperando… 

Y pronto te encuentras sumido en la trama. 

¡Cómo ha transcurrido el tiempo! 

¡Te sorprendes con esa puesta de sol, ya! Rojiza, que pone incandescentes las nubes que juegan a disfraces de colores…

Y dejas el libro. 

Y respiras hondo; y aspiras aromas de retama seca. 

Una cena muy frugal; casi sobre la marcha.

Estiras las piernas en paseo sin rumbo. 

Ha caído ya la noche: muy oscura, cerrada. Sin contaminación lumínica. 

Vuelves a esa hamaca, boca arriba; y se te llena la cara de estrellas. 

Vas muy lejos… transciendes… el tiempo se te para… no transcurre; superas el tiempo. 

Te dejas invadir por ese «dolce far niente». 

Y quizás, puede que sean los momentos de más hondura de nuestro ser humano. 

«Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho… 

… descansó Dios el día séptimo de cuanto hiciera y bendijo el día séptimo y lo santificó…» 

¡BENDITO Y SANTIFICADO DESCANSO! 

Está en la primera página del Génesis. 

¡Y pensar que lo han tenido que legislar, e invocar como derecho… cuando es tan natural! 

Mª Teresa Zugazabeitia, FI