Ayer se me regaló

Ayer se me regaló uno se esos raros momentos de claridad en el camino; de sentir que en lo cotidiano se dan pequeños milagros.  

Salía del centro de salud al terminar la consulta y me dirigía a un aviso domiciliario. Mientras intentaba encontrar el número de la puerta, vi a una anciana frente al portal de su casa sentada en su andador, tomando el sol de invierno con los ojos cerrados y una expresión de paz que me llamó la atención.

Me llevó unos segundos reconocerla. ¡Era Antonia![1]

Se me iluminó la cara al verla y me acerqué a saludar.

Me vino su historia a la cabeza mientras hablábamos. La había visitado varias veces en su casa. Al principio, muy decaída, sin ganas de salir, con problemas para dormir, dolores, de mal humor y triste… Su estado afectaba a toda la familia, como una sombra que se alarga y oscurece todo…

Poco a poco, fui conociéndola mejor y supe de sus males y alegrías, de su bisnieto al que acababan de bautizar, y de su gusto por los paseos al sol que ya no disfrutaba. Su hija me contaba cómo la veía, sus preocupaciones y dificultades. La convivencia y el cuidado son complejos, por mucho cariño y buena voluntad que exista. Y sostener eso no es fácil.

Tras varias visitas, fue mejorando y no volví a verla. Ahora, semanas más tarde, me sorprendió el cambio que se había dado en ella. Su gesto sencillo y relajado, verla fuera de casa tras tanto tiempo y su sonrisa al verme, me llenó de calidez y me regaló una certeza.

 “Esto vale la pena”, me dije. 

Esther Sanz FI

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[1] Nombre ficticio.