Está la M. Cándida con sus hijas, primeras compañeras, en animada y distendida conversación.
Y quieren saber de sus orígenes.
G. Alcalde, anota en su Reseña Histórica:
«Interrogada varias veces por sus hijas la M. Cándida sobre la idea y proyecto de la fundación, si era suya o del P. Herránz, siempre respondió:
«Ni mía ni suya exclusivamente, sino de los dos y al mismo tiempo».
«De idéntica manera se expresó el Padre varias veces sobre este asunto«.
Reiteración maciza la de la Madre: por vía de negación primero, subrayado el exclusivamente.
Y por vía de aserto, después, enfatizando ahora: al mismo tiempo.
Rotunda contundencia pues, inequívoca, sobre la realidad: «Idea y proyecto de la fundación».
Otro ámbito será la «realización» de la fundación.
Y veremos competencias diversas.
La M. Cándida, Fundadora; sin ambages.
El P. Herránz, activo necesario, presente físicamente en los comienzos.
Distante después, pero concernido siempre y responsable desde que el P. Lobo lo enviara a Vigo.
Consultado y tenido en cuenta siempre para pautar » el buen ser y proceder » de la Congregación.
Discreto. Sin suplantar. Subsidiario.
Nos quedan sus Cartas, 443 constan en nuestro Archivo Histórico sobre: “puntos importantes de la espiritualidad del Instituto y su historia en los primeros años, así como el conocimiento de la misma M. Cándida” además de sus Escritos.
Justicia obliga pues, a dar a cada uno lo suyo: Miguel San José Herránz.
Conocerlo por lo menos; que lo tenemos olvidado.
Aunque su espíritu ignaciano, fluye en nuestro ser y modo de proceder en nuestros textos constitucionales…
Reconocerlo y agradecerle.
Ya lo hizo Beatriz Macarro en su biografía escrita. Pero ¿no yace ese libro, arrumbado, en nuestras bibliotecas?
Miguel San José Herránz:
Unos cuantos rasgos, no más, de su perfil, y más bien de tejas abajo aunque atisbamos hondura de Dios en su vida…
por los frutos se conoce al árbol, como dice Jesús.
Allá por los sesenta avanzados del siglo XIX, lo situamos en Valladolid.
Jesuita, en la cuarentena de su vida; plenitud de madurez.
Alojado en casa de su hermano porque la Compañía en España, ha sido dispersada.
Ejerce su misión sacerdotal en la Parroquia, S. Felipe de la Penitencia.
Castellano recio de Valladolid, su tierra natal, 5 Julio 1819, pierde su padre a los tres años.
Educado al amparo de su madre y familia en ambiente urbano y desahogado.
Joven universitario, alcanza su Licenciatura en Jurisprudencia, a los 24 años.
Un futuro abierto de grandes posibilidades; pero no parece atraerle las leyes. .
Trabaja bastante tiempo en el comercio familiar. Tampoco está conforme.
Otros sueños eran los de Dios para él.
Avezado en la vida azarosa que se fragua en la Historia española.
Muy atento siempre a los signos de los tiempos, ya con 37 años decide su vida en la Compañía de Jesús.
Decisión no fácil. Tiene que hacer su noviciado en Francia, dejando a su madre ya de cierta edad, que nos legará un perfil de su hijo al releer sus cartas: «pues leyendo tu carta te estamos oyendo hablar» .
Muy a tener en cuenta, nosotras que tantas cartas conservamos de él.
Los períodos de formación jesuítica se le acortan; y lo encontramos pronto en León, en el Colegio Máximo.
Ha bregando mucho en la vida. Ha estado siempre a pie de obra. Muy activo, eficaz y responsable.
La Compañía sabe aprovechar ésta su energía vital y experiencia: le confía la gerencia como Ministro del centro:
Misiones de Ultramar, Tarea que implica la logística de cada día; numerosa comunidad y muchos alumnos.
Difícil situación político social. Le tocará organizar la clausura del Colegio y dispersión de personas, en dos días, acatando las órdenes laicistas de la revolución, llamada la Gloriosa.
Expulsada la Compañía encuentra cobijo en Valladolid, en casa de su hermano; lo más cerca posible del Colegio Máximo, de León, que no descuida.
Hombre de fe. Muy de Dios.
De gran espíritu apostólico, acostumbrado a «buscar y hallar a Dios en todas las cosas». Y las «cosas» iban mal en aquella España revolucionaria. La gota que colmó el vaso fue la supresión del Catecismo en las escuelas.
Y le ronda por la cabeza copar los puestos en las escuelas con Maestras Nacionales comprometidas con la fe cristiana…
Una Congregación religiosa?
En esas cábalas andaba su inquietud apostólica, cuando en el confesionario escucha el pálpito del Espíritu en las confidencias de aquella joven vasca de unos 23 años, Juana Josefa, que busca encontrar el sueño de Dios en su vida.
Ahí está el quicio y el gozne de la fe del P. Herránz.
Se fía de la acción del Espíritu en esta joven; una chica de servicio doméstico, de nula cultura, pero que siente una certeza pétrea: «yo solo para Dios». Y no sabe cómo.
Sin letras, sí. Pero el P. Herránz queda impactado por la cercanía de Dios en ella, que malamente acierta a expresarse.
Percibe y valora la densa personalidad de Juana Josefa; la riqueza de su temple, aunque carente de cultura.
Eso se podrá adquirir y a ello se apremia. El mismo se encargará.
La circunstancia de no poder vivir en comunidad le va a dar un margen de maniobra providencial. Todos los días ejerce de Maestro de espíritu y de letras y cultura general de Juana Josefa que alterna con sus quehaceres domésticos.
Hombre libre, arriesgado, independiente del qué dirán.
Desafía todas las opiniones sobre la locura de fundar una Congregación de Educación sobre estos cimientos…
No importa, «la obra no es vuestra, es de Dios» repetirá después a las primeras congregadas en aquel caserón de la calle Gibraltar, en Salamanca.
Hombre de su tiempo, activo, arriesgado.
Libre, con la libertad de los hijos de Dios, recopiará el Sumario jesuítico, donde poder volcar nuestra gracia carismática.
Las primeras Constituciones que se presentan para su aprobación, están escritas de su puño y letra.
Fue un hombre providencial para la M. Cándida y primeras compañeras,
No solo como Director espiritual. Es él, el que diseña el estilo, hasta meticuloso, de una vida comunitaria religiosa con sus tiempos de oración, actividades para la misión. Unos carriles desconocidos para estas jóvenes en tamaña aventura.
Hasta preocuparse de obtener el paño necesario para los primeros Hábitos, que encomienda a su cuñada.
Hombre prudente. Dejando ser y actuar siempre a Juana Josefa. Discreto y en su puesto.
Obediente al P. Lobo… Y obediente al Espíritu.
Muy cercano de corazón, aunque lejano físicamente, vive los avatares diarios y sigue “conformando” la Congregación.
Responsable hasta el final nos llegarán puntualmente sus Cartas y Escritos.
Fue pues providencial aquel destino a Vigo.
Juana Josefa, sola, emerge y despliega su rica personalidad humana en la tarea fundacional.
La Congregación no se disuelve como sal en el agua, como auguraban algunos.
Por otra parte podemos retener el espíritu ignaciano, tamizado por la experiencia del P. Herránz que aún desde su retiro en Loyola nos sigue de cerca. Queda incorporado en nuestras Constituciones.
EL P. Manuel Revuelta, S. I. en 1984 escribe sobre él: » Era el P. Herránz un castellano recio y afable, tan eficaz como silencioso, tan parco y discreto que, habiendo sido un hombre muy activo, apenas ha dejado rastro en la documentación jesuítica».
En nosotras, jesuitinas, sí que ha dejado rastro. La Providencia de Dios, nos lo regaló como “activo necesario”.
Nobleza y Justicia obligan agradecer a Dios su vida tan fecunda en nuestra Congregación: HIJAS DE JESÚS…
Mª Teresa Zugazabeitia, FI