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PERLA ESCONDIDA EN LA CARTA Nº 426

Carta nº 426      septiembre 1911

 

“También dicen que no lleven las religiosas más que la ropa de sus uso, libros y música religiosa; que lo demás, todo lo pondrán allí; que no lleven baúles, que lleven maletas”

 

La Madre Cándida, después de tantas fundaciones, de tantas alegrías y de tantos sinsabores, sabía muy bien qué es lo importante y qué es lo insignificante. Y así imagino que recogería las recomendaciones y las trasladaría a las que iban a embarcar hacia Brasil. Vamos que, con una maleta con lo necesario, sobra para cruzar los mares en aquella época y llegar a dónde Dios le había señalado. También imagino a las Hijas de Jesús escuchando estos consejos de parte de la Madre Cándida y las reflexiones posteriores, incluso entre ellas hablando sobre todo esto. Las imagino confiadas en sus palabras sabiendo que esas palabras son las mismas que las del evangelio.

Ayer celebramos el segundo domingo de Adviento y sigo preguntándome ¿Qué le llevaré al portal? ¿qué le presentaré a ese Niño que allana nuestros senderos, que rellena nuestros valles, que rebaja nuestros montes y colinas, que endereza lo que podemos torcer y que allana lo escabroso? Ahora me quedaría buscar y encontrar el rostro y los momentos donde Dios, en mi vida de cada día, allana mis senderos, rellena mis valles… Por eso pedí ayuda y me encontré que hoy los valles que tienen que ser rellenados podrían ser esas personas que llamamos pobres y no miramos a los ojos, esos barrios alejados que cada vez están más lejos, esas personas humildes que nos hablan de grandeza con su vida sencilla, esos hombres y mujeres que migran buscando un futuro mejor, esas soledades con rostros de personas que sólo necesitan un poco de compañía y un mucho de nuestro tiempo, esas personas que buscan un trabajo para salir de esa situación que nunca buscaron, esos enfermos a los que la soledad les provoca más dolor que la propia enfermedad, esos rostros arrugados de grandes personas que necesitan un compañero para contarle su vida, de la que, por cierto, mucho podemos aprender, esos jóvenes que buscan algo que llene su vacio y que oriente su despiste.

Y juntos descubrimos que las colinas y montes que deberías ser rebajados, podrían ser los que están rellenos de odio, los que odian a otros sin conocerles, los orgullosos que sólo saben mirar por encima de ese hombro desgastado sin saber que hay otras formas de mirar, los prepotentes que necesitan un abrazo para que descubran que juntos somos mejores y que como iguales conseguimos más, los egoístas que aún no han descubierto que con el nosotros somos más felices, los ciegos que no buscan y los ciegos que buscan una luz.

Continuamos buscando lo torcido que debería ser enderezado y aparecieron palabras y personas atrapados, y le pusimos nombre a esas rejas y vimos que la droga, el juego desmedido e incontrolado, el pasotismo infundado y la indiferencia, el alcohol, la violencia, la falta de respeto hacia mi hermano, eran nombres que iban apareciendo en los barrotes retorcidos de la vida. Y seguimos hablando de caminos escabrosos y de superar la pereza, el desinterés y todo lo que nos impidiera ayudar a convertir el camino en un sendero llano.

Estamos en el segundo domingo de Adviento y parece que estamos cansados de Navidad. Pero hay que frenar un poco y caminar con lo necesario durante el trozo que nos queda de este tiempo de esperanza. Sigamos pensando ¿qué le llevaré al portal? Y hagamos que nuestra vida sea camino llano donde otros puedan caminar. Y, por si en ese camino nos perdemos, recordemos que tenemos una estrella que nos guía: La Inmaculada, la madre atenta a todo, la Purísima que tanto ayudó a la Madre Cándida. Sólo hay que buscarla y escuchar.

Antonio Grau

Murcia

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