Estamos en 1911, con los preparativos del viaje a Brasil. Las fechas, cada vez más, se van acortando, los trámites son necesarios y los ajustes obligatorios. Hay que elegir con quien viajar y cómo viajar. Y la Madre Cándida, como buena madre, cuida de los detalles que ella considera fundamentales. Piensa en la alimentación de un viaje largo, pero piensa en alimentar el cuerpo y también el alma. Piensa en la persona al completo.
En estas fechas somos muchos los que, de una forma u otra, preparamos algún viaje. Pensamos en el hotel o casa rural, pensamos en el tipo de pensión, pensamos en qué ver, pero ¿pensamos en cómo alimentarnos al completo? No es tan difícil. Yo creo que se trata de intención y encuentro. Si queremos, podemos hacer todo a la vez. La Madre Cándida y el trozo de ayer del evangelio de Marcos vuelven a coincidir:
En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado
En aquel viaje que hicimos recuerdo con agrado y felicidad el momento que estuvimos participando en la eucaristía en aquella iglesia desconocida y que tan cercana se hizo desde el primer momento. Nos reunimos con Jesús y le contamos todo lo que habíamos hecho, le pedimos y le dimos gracias. Fue como una bocanada de oxígeno puro para seguir disfrutando del viaje, fue como recargar unas baterías y salir con energía renovadas.
Él les dijo: «Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco.»
Les dijo, y nos dice, que si estamos cansados y agobiados podemos acercarnos a descansar con Él. Porque el Señor es mi pastor y repara mis fuerzas (salmo 22). Sin más vueltas. El encuentro personal con Jesús siempre es reparador. Por eso acercarse a una iglesia y en silencio estar un rato es, sencilla y simplemente, sano para la persona. Creo que hasta hay estudios científicos prestigiosos que lo avalan (aunque no hacía falta).
Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado.
En el bullicio de la vida es necesario encontrar espacios, sitios, para el descanso. Sitios tranquilos donde haya tiempo para comer, para aprender, para rezar y para descubrirse. De vez en cuando, o todas las semanas, hay que coger la barca (zapatos y actitud de caminar) y buscar un sitio tranquilo y apartado. Una iglesia puede ser un buen sitio para el encuentro y la eucaristía un buen momento.
¿Qué me aporta todo esto? ¿Para qué necesito este espacio de encuentro? Una de las posibles respuestas está en la última frase del evangelio de ayer: “se puso a enseñarles con calma”. La calma es una virtud del encuentro con Jesús. Él habla con calma y escucha con calma. Y esto provoca paz y confianza porque sabemos que “su bondad y su misericordia nos acompañan todos los días de nuestra vida”.
Intentemos ser de los que viajan y cuidan la persona al completo. Puede ser que veamos menos cosas, pero seguro que volvemos más llenos y felices, y que después de mucho tiempo recordaremos esos pequeños, pero intensos momentos, con un cariño especial.
Antonio Grau
Murcia