Carta nº 365 octubre 1908
“Si, hija mía, no se apure por eso, porque no será más que lo que Dios quiera”
Es la actitud de una vida, “será lo que Dios quiera” “no será más que lo que Dios quiera”. Dios siempre como centro y eje de la vida de la M. Cándida, Dios siempre en los quehaceres cotidianos de su vida y Dios siempre trasladado a los demás desde su máxima confianza en Él.
Es muy difícil vivir la vida sin apuros, pero lo realmente difícil es ser capaz de tener esa actitud de la M. Cándida ante los apuros. Dios siempre nos saca de nuestros apuros, lo que ocurre es que lo hace a su manera, a la manera del evangelio, no a la nuestra. Y esto es lo duro de entender desde nuestro único punto de vista. No puede ser un Dios a nuestra medida.
Ahora que se acercan los finales de curso en tantos colegios y que ya estamos pensando en el próximo, viene muy bien este consejo de confianza y trabajo. Nuestro trabajo debe ser al máximo, pero hay un momento que no podemos perder de vista, hay un punto donde debemos recordar con mayúsculas que Dios quiere lo mejor para nosotros como buen Padre, y que lo mejor nos va a llegar. Solo se trata de ser agradecidos y seguir pidiendo, y seguir siempre a su lado. Mucho cambio puede traer el próximo curso, pero todo lo que venga será porque Él lo quiere, porque nos abre la puerta de lo nuevo. Y lo más importante es que nos la abre desde la libertad, desde nuestra libertad.
Dios siempre quiere lo mejor para nosotros. Dios siempre está a nuestro lado. A veces sólo se trata de abrir los ojos, como les ocurrió a los dos hombres que estaban juntos en el hospital y compartían la misma habitación. Desde su gravedad el que estaba cerca de la ventana relataba al otro lo que veía: un parque con un lago donde había hermosos cisnes y donde los enamoradas entrelazaban sus manos mientras paseaban entre los árboles. Al fondo, contaba, una vista de la ciudad. Un día era esto, otro día aquello y siempre había novedades que relatar, las suficientes para mantener viva la esperanza. Un día murió el enfermo que estaba cerca de la ventana y trasladaron al otro a ese lugar. Cuando logró apoyarse sobre un codo para contemplar por sí mismo los paisajes relatados por su compañero no vio sino la oscura pared de un patio interior. Le preguntó a la enfermera cómo era posible aquello, a lo que ella respondió que el señor anterior era ciego, añadiendo en voz baja: “quizá solamente deseaba animarle a usted”.
Dios es como esa voz suave que nos pone las cosas en su sitio y Dios también es esa voz que nos narra continuos paisajes de esperanza para los cuales es necesario tener abiertos los ojos de la fe.
Hoy también miro al cielo y me brotan palabras de agradecimiento y me salen desde lo más profundo de mi corazón.