Ayer, jueves 1 de septiembre, se hizo pública la creación de un nuevo Dicasterio en el Vaticano. Sorprendió el momento, porque hacía muy poco tiempo del anuncio del Dicasterio de “Laicos, Familia y Vida”. Pero también por el nombre dado al mismo: “Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral”. Se había especulado mucho sobre una nueva organización paraguas que asumiera las diversas competencias sociales, llamémoslas así, que existían en Roma. Entidades que estaban dispersas, poco coordinadas y, a veces, enfrentadas en visiones, rencillas personales y modos de funcionamiento: Justicia y Paz, Cor Unum, Migraciones, Pastoral de la salud. Se decía que el nombre sería algo así como “Justicia, Paz y cuidado de la creación”; otros hablaban de “Justicia y Caridad”; y, como siempre o casi siempre pasa en Roma, las teorías sobre el nombre y las razones del cambio eran infinitas. No menos habladurías había sobre la persona que sería el Presidente del Dicasterio, que eran tantas como opiniones.
Es claro que nos encontramos en un momento de cambio organizativo. Cambio anunciado, proclamado y llevado a cabo, de manera novedosa, con el apoyo de un grupo de Cardenales nombrados ad hoc (el llamado G9). El Papa ha dicho reiteradamente que se necesita una Curia más simple, transparente y coordinada para poder cumplir su misión de una manera más eficiente y más evangélica. No podemos seguir pensando que una organización muy burocratizada y poco eficiente sirva al evangelio de manera más recta y fiel. A muchos de la Curia estas transformaciones organizativas no les están gustando porque significa movimientos, cambios de la manera de trabajar y, sobre todo, recolocación de Cardenales, Obispos, Monseñores y trabajadores que se movían en un círculo de confort que les proporcionaba estabilidad.