Aún huele a ella cuando subo las escaleras. A veces me acuerdo mientras subo y entonces la huelo. Otras, su aroma me llega y es cuando me acuerdo. Lo cierto es que hay aroma y hay recuerdo. Hay vida, hay espera, mucha espera, hay anhelo, memoria y agradecimiento…
Aún huele a ella cuando subo las escaleras. Huele a vida que se abre paso a empujones, a silencios compartidos, a lágrimas derramadas por impotencia, a amistad forjada desde la sorpresa, a espera desesperada y serena, a bailes y risas en la sala, a croquetas amasadas a cualquier hora, porque la hora es lo de menos cuando es la vida la que se amasa.
Aún huele a ella cuando subo las escaleras. Y huele a explosión de gozo al recuperar a una hija, tras tiempo de espera esperanzada y sostenida, y huele a aprender a estar juntas, a reaprender a ser madre, a aprender a ser hija. Y huele a lo que huele una casa donde hay una niña, ¿no lo has olido nunca?
Aún huele a ella cuando subo las escaleras. Y huele a partida, a desconcierto, a no entender nada. Huele a desasosiego, a preocupación, a mañana incierto. Huele a la injusticia de un mundo que se niega a sí mismo cuando niega espacio a algunos por ser distintos.
Aún huele a ella cuando subo las escaleras. Aún huele y no quiero que desaparezca. Porque quiero que ese aroma me recuerde que la vida es sagrada y no tenemos derecho a utilizarla; porque quiero que ese aroma me recuerde, cuando me sienta frágil, que hay demasiadas mujeres maltratadas; porque quiero que ese aroma me recuerde, siempre, que el amor y la vida, a pesar de todo, vencen.
Beatriz Neff FI
@beatrizneff