“Últimamente planeo una huida…probablemente Marte…”
Así decía una pegadiza canción de Ismael Serrano de hace ya algunos años.
Hoy me ha venido a la cabeza y la llevo tarareando todo el día. Y a decir verdad, en cierto aspecto me he visto reflejada estos meses en ese estribillo. ¿No habéis sentido la necesidad también de que pare el mundo para bajaros un rato, este último año?
Porque venimos de unos meses largos, extraños y confusos. Personalmente los he vivido con una mezcla de incredulidad al principio (y sucesivamente), impotencia, deseo de ser ayuda, miedo, agradecimiento, rabia, tristeza… Queriendo formar parte de la solución y a la vez con sensación de ser minúsculo bañista que contempla un tsunami que se acerca.
Confieso que a menudo he vivido con dificultad para encontrar a Dios en medio de todo, o más bien, para encontrarme con Dios en medio de todo. ¿Cómo rezar si la cabeza no para, si el corazón está inquieto, si no sé ni qué siento, si mi cuerpo no quiere frenar, dejarse sentir, dejarse alcanzar…?
Pero hoy, como un regalo tardío de cumpleaños, he sentido que me iban llegando suavemente una ola tras otra de rostros, gestos, palabras de personas que en este tiempo me han venido trayendo noticias suyas. Me hablan de por dónde anda Dios en todo esto, de que nunca se ha ido de nuestro lado y de qué ojos lo están reconociendo.
Y de pronto ocurre como con esos dibujos ocultos que pueden ser varias cosas según se miren, pero que cuando descubres su secreto, ya no dejas de ver la imagen que escondían. Él está ahí. Tras la mujer sin estudios que cuida de su marido con demencia, año tras año, aun habiendo sido maltratada, y que decidió hace tiempo dejar de cargar con el rencor. Y en la complicidad de la anciana que sonríe tras la mascarilla y me bendice para que me quede trabajando en el centro de salud mucho tiempo. Y en el paciente asustado que no deja de hacer chistes para tranquilizar a su familia. Cada día, por teléfono, en la consulta, en las casas… Él está. A veces no donde lo espero, pero siempre donde nos dijo que estaría.
La mejor parte está en que sale al encuentro incluso cuando dejas de buscarlo; te hace señas para ser reconocido, y te das cuenta de que está en los docentes que con un sencillo encogimiento de hombros y una mirada resuelta se enfrentan, después de un curso de pesadilla, por sus alumnos, a otro, más incierto aún, transmitiéndoles seguridad y acogida, y soñando de nuevo.
Sigue estando (aunque a veces me olvido) en la infinita paciencia de mis compañeros en el trabajo, sobre todo los administrativos, en su empeño por hacer bien su trabajo y de cuidar de los pacientes. Y en las hermanas de la comunidad que apoyan a veces sin entender, que sufren y se alegran por los demás, que rezan sin parar y sin ruido, y permanecen, libran sus batallas, escuchan, cuidan…
Ahora que lo pienso, no me sorprende tanto el darme cuenta de su presencia por todas partes… lo que me parece increíble es lo mucho que he tardado en verlo, en reconocerlo.
Y me viene, con una sonrisa, el final de la canción que he venido entonando todo el día. Y siento que a pesar del caos, todo está bien:
….Últimamente, me cuesta tanto, tanto, no amarte…
Esther Sanz Martínez, FI