Tren de cercanías; inquieto microcosmos social.
Siempre me ofrece algo interesante: alguna anécdota, algún altercado, algún evento…
O simplemente un gesto, un ademán significativo. Lo que yo, le he dado en llamar «TRENERÍAS», emulando el palabro «greguerías», de Ramón Gómez de la Serna. Pero solo el sufijo, no el lexema, que va por otros derroteros. Porque en el tren, casi siempre ocurre algo sorprendente que te llama la atención, digno de reseñar; o que te hace pensar. O simplemente, te divierte.
Y es que es precisamente en el tren: suficiente espacio para moverse, alargarse en varios asientos, echar una cabezada, leer, conversaciones cogidas al vuelo… Tiempo, a fondo perdido. Aunque el móvil va cercenando mucho esa socialización y camaradería que procuraba el tren. Ahora, más bien, cada uno a su rollo.
Antaño se anudaban amistades en el tren de cercanías: coincidencia de horarios laborales, conversaciones, banales, al principio… pero tan asiduas, que podían derivar en confidencias; y relaciones más densas. «Cercanías» de pueblos… De personas también. ¡Gracias al tren!
¡Quizá hoy seamos más indivualistas!
La última. A media tarde cojo el tren para San Sebastián. Asientos libres. No es hora punta. Me acomodo en el mejor sitio, para disfrutar de la naturaleza en su desnudez invernal, también preciosa.
En una parada sube un joven, de color. Muy oscuro. Muy alto. Fornido.
Mochila al hombro; paso indeciso, quizá indolente. Otea los bastantes sitios libres… Y se deja caer, por fin, junto a una chica joven, de estilo deportivo; absorta en su móvil. Sincrónicamente, la chica respinga. De pie, como un resorte. Deja su asiento y se va. Se apoya en la palestra de salida.
Parada del tren en la primera estación. Pero la chica no se apea. Sucesivas estaciones… Y que no se apea. Y otra… y otra…Y allí se queda, de pie. Caigo en la cuenta.
Veo también que, alrededor de mi primer observado, se clarea el espacio. Como que hay demasiados sitios libres… Entiendo, entonces.
Algo se me indigna en mi interior. Algo se me rebela dentro para paliar tan injusto y sonoro desplante.
Adrede, simulo como unas muestras de incomodidad física; y me cambio de asiento. Me acomodo junto al joven de color. Pretendidamente, me he tropezado con sus deportivas. Le pido perdón. Algo había que hacer para poder empalmar. Me sonríe. Pasados unos minutos, sigo empeñada en relacionarme con él, o algo que suavice aquel indisimulado plantón de la joven deportiva.
«¿Qué hora es?»
Compruebo que no me entiende.
«What time is it, please?»
Por algo había que empezar…
Su sonrisa agradecida, me anima:
Where do you come from?
De Nigeria. Solo dos meses en España; pretende ir a Irún, pasar la frontera, buscar trabajo… una vida donde pueda desplegarse…
Percibo que tiene ganas de hablar. Solo le escucho.
Se llama George, 22 años. Le entiendo que ha terminado Universidad Laboral, Mecánica…
Ha dejado su familia, su cultura, para embridar una vida totalmente nueva. Riesgo de exclusión, simplemente por la melamina de su piel.
Y le habló de mí.
Cómo he estado involucrada en la educación. Y cómo me sigue interesando la juventud: que ya es presente y futuro cercano, a la vez.
Y nos encontramos a gusto charlando de lo de allí y de lo de aquí…
Llego ya a Donosti.
Lamenta que tenga que bajarme…
Un fuerte apretón de manos…
Be happy… and work hard! Be lucky…! Le deseo al despedirme.
Deambulando para mi destino, he rezado por George…
Lo he sentido tan hermano, tan necesitado del pan y trabajo de cada dia… que le he pedido a nuestro Padre Dios, también de él, aunque quizá no lo sepa, ni lo sienta, que le libre del mal.
Que consiga ése, su futuro justo, digno y feliz; que se lo merece, como todos los hijos de Dios.
Ése es el sueño de Dios.
El reino de Dios es también: pan y trabajo para todos.
Y otro modo de santificar su Nombre.