«¿Cuánto vale una vida?» – Capítulo 27 – VivirFI Radio
10 junio, 2020
CONSEJO 28
15 junio, 2020

Retorno, regreso, vuelta…

Palabras preciosas que nos llevan poco a poco y con las debidas cautelas a la normalidad. 

Normalidad sin adjetivos que la estropeen.

Porque, si tenemos que adjetivar la normalidad… ¿no la «anormalizamos»? 

¿No será un eufemismo de una próxima e incierta situación, al menos, temida? 

Anhelamos: normalidad. Y punto. 

Una experiencia primigenia, que tanto añoramos. 

Normalidad: sin franjas horarias que limiten nuestros ires y venires. 

Sin mascarillas que oculten sonrisas. 

Sin distancias que nos alejen: que podamos estrecharnos la mano, abrazarnos y achucharnos… 

Que nuestros mayores no queden “enrejados” en sus residencias sin poder acariciar a sus nietos del alma.

O que se nos hayan ido solos, sin ni siquiera poder apretarles la mano. Esa generación tan recia que propició nuestra democracia y bienestar social. Y nosotros, desconsolados. Sin ni siquiera el lenitivo del duelo.

Sin aforos limitados. Sin límites de provincia. Sin fases diferentes para ciertas autonomías. 

Con comercios abiertos, con industria a tope de trabajo y exportación.

Abiertas nuestras fronteras al turismo. Nuestras costas, nuestros pueblos, nuestro sol y acervo cultural.

Garantía de poder generar trabajo digno y vida. 

Que podamos tomarnos una cerveza con un amigo en la barra del bar de la esquina. 

Que los chavales vayan al cole. 

Y esperar al autobús que nos lleve al trabajo; y charlar con los compañeros y llegar a casa, cansados, con ganas de familia y hogar. 

Pasear y hacer deporte cuando nos dé la gana.

Poder extender la toalla de baño en la playa y darnos un chapuzón y nadar hasta la boya

Retorno, regreso, vuelta… a la normalidad. 

«Desescalada», un «palabro» inventado, que ni siquiera existe para los más veteranos alpinistas, escaladores, piolet en mano, de cerros y cumbres imposibles. 

Ellos suelen hablar de bajada o descenso, después de la difícil escalada. 

En el diccionario de la RAE no consta. Nos la han inventado.

Y se utiliza como si fuera la mágica solución a esta terrible pandemia y exigido confinamiento.

Con las palabras tan bonitas que tenemos en español: retorno, regreso… vuelta.

Retornar, regresar, volver a la normalidad añorada.

Pero con la mochila repleta de criterios y valores que quizá no nos dábamos cuenta y no cotizaban enteros en nuestra escala y ahora suben y suben: respirar a pleno pulmón, moverte libre, reencuentro familiar, sacudirte normas y decretos de alarma…

Hemos aprendido también lo vulnerables que somos. Muy vulnerables. Tendremos que ser humildes.

Covid 19 ha retado a nuestra ciencia y técnica; nos ha puesto firmes. Nos induce a pensar… y quizá reconducir.

El porvenir a corto y largo plazo, oscuro: económica y laboralmente. Los expertos auguran nubarrones.

Encaramos, pues, la vida de otra manera. Recuperamos valores de antaño. Hay que aprender de este obligado STOP.

Vivir el regalo de la vida, de la salud, del cariño familiar, del trabajo, de la solidaridad vivida tan de cerca.

Sigamos caminando juntos: sanitarios, camioneros, cajeras de súper, empresarios, asalariados y voluntarios, maestros, mayores y jóvenes, codo a codo: ¡PADRE NUESTRO… VENGA A NOSOTROS TU REINO… LÍBRANOS DEL MAL…!

Hermanados, libres como el cóndor y fuertes como el puma.

Mª Teresa Zugazabeitia, FI