Raíces… Siempre me han hecho pensar las raíces.
Discretas, serpentean escondidas, silenciosas, ignoradas, en la oscuridad de la tierra.
Me intrigan.
Pueden ser minúsculas vellosidades capilares casi invisibles del geranio de tu alfeizar o nervudas y potentes capaces de levantar el asfalto de la acera de tu calle.
Raíces… De una simple chiribita silvestre de efímero estallido de color o de una secuoya que pretendiendo alcanzar el cielo, puede vivir más de mil años.
Ahí están sus raíces: nutriéndolas y sosteniéndolas en anclajes seguros a la tierra para que, esbeltas, miren siempre erguidas al cielo.
¡Qué fuerza vital tienen las raíces!
Capaces de transformar materia inerte en vida orgánica.
No hablo desde la ciencia, sino de lo que me pasó esta última primavera.
Me encantan las plantas.
Tenía un potos, de ya dos años, cuyas lianas amagaban invadir mi habitación, a pesar de que lo tenía en un artilugio muy alto… No hacía más que retoñar en hojas verdiblancas o verde fuerte.
¡Ah! Y es que era de un esqueje que capturé en el monte de las Bienaventuranzas, allá en la Palestina natal de JESÚS DE NAZARETH.
Fue nutrido además, con tierra hebrea, islámica y cristiana.
Para mí toda una realidad simbólica ecuménica.
Ese potos lo quería conservar a toda costa.
Pues… que le llegó la hora de recoger los últimos brotes y renovar tierra.
Pretendí recuperar el tiesto; pero no podía sacar las raíces. Se habían hecho fuertes en la maceta.
Dejé el tiesto en agua una noche.
Al día siguiente, quedé muy sorprendida. Ni una pizca de tierra.
Solo raíces apretujadas, haciéndose sitio en el tiesto; tanto, que reliadas entre sí, se habían asentado en forma de tronco de cono.
Raíces gruesas, cual si fueran espárragos entrelazados y amalgamados.
¡Y ni una pizca de tierra!
Reitero: las raíces habían transformado toda la tierra en vida orgánica.
Y es para seguir pensando.
También nosotros, espíritu y carne que somos, transformamos las lentejas y los azúcares y los hidratos de carbono, las proteínas…, en tejido adiposo, óseo, conjuntivo… o lo que se tercie.
También en sentimientos, decisiones, ideas…, que son nuestras ilusiones y sueños y proyectos; amor y tristeza, vigor e ímpetu, soledad acompañada, risas y recelos, esperanza, temores, desengaños, amistad y confianza…
Serían imposibles si nuestro cerebro, también, no fuera nutrido por «el pan nuestro de cada día».
Enigma, misterio de VIDA, mirado, contemplado desde el asombro y la ignorancia, a través de unas escondidas raíces.
Al final, me ha asaltado la frase del Génesis : «…y vio Dios que todo era muy bueno»
Teresa Zugazabeitia FI