La humildad engrandece a las personas delante de Dios. ¡Qué buena respuesta para quien pregunte alguna vez para qué sirve la humildad! Yo creo que es el primer escalón para acercarse a Dios y a las demás, porque si la quitas de tu vida lo que logras es aislarte cada vez más y alejarte cada vez más de Dios y de los demás.
Es una de las virtudes necesarias para crecer y para crecer adecuadamente. Además, llega a ser un buen regulador de tu vida y algo valioso, porque si la pierdes, te pierdes.
A veces se llega a confundir con la falta de carácter, pero creo que no tiene mucho que ver. Conozco a personas con carácter y que son sencillas y humildes y al revés también. Es una de esas virtudes que debes cuidar ya que siempre están es ese hilo fino que se puede quebrar y la vida te va poniendo pruebas para ver hasta dónde estás dispuesto a cambiar, hasta dónde estás dispuesto a perder. Y cuando la pierdes, repito, te pierdes.
Hay muchos faros que nos han dado esa luz clara durante su vida. Uno de los que me viene a la cabeza en primer lugar es la Madre Teresa de Calcuta. Y si me remonto unos años antes no puedo dejar de imaginar a la M. Cándida como ejemplo de persona sencilla y humilde, entendiendo como de Dios todo el crecimiento de aquella obra nacida en Salamanca. Hoy el Papa Francisco es un buen ejemplo se sencillez y humildad.
Hay gente empeñada en hacerse grande, cuyo único objetivo en la vida es hacerse importante y grande pasando por lo que haya que pasar, haciendo lo que haya que hacer, y al final ni llegan y si llegan, llegan solos y preguntándose para qué. Y hay gente humilde haciendo sencillamente aquello que le toca hacer, con cercanía, y son los demás los que los hacen importantes.
Una característica (que podría ser también virtud) asociada a la humildad, es la alegría. Recordad personas, pensad en ellas durante un tiempo. Seleccionad dos o tres. ¡Qué casualidad! Cuanto más humildes, más alegres. Y todavía hay gente perdida por ahí buscando ser feliz.
Ser humilde conlleva alegría y felicidad, y sobre todo hacerse grande a los ojos de Dios, que es lo que vale. Gracias de nuevo M. Cándida por seguir abriéndome los ojos.
Antonio Grau