Como “no hay dos sin tres”, esta sería la tercera parte de la perla de agradecimiento. Desde luego la Madre Cándida era una mujer agradecida a Dios por tantos beneficios que le otorgaba. Y desde ese, su ser, es desde donde hay que aprender. Ser agradecido a Dios por todo lo que nos hace, lo que nos cuida, lo que nos protege y lo que nos quiere.
En esta etapa de mi vida entiendo mejor el ser agradecido e intento serlo. Veo la vida desde una perspectiva distinta, donde lo vivido me ayuda a entender algunos acontecimientos de esta. Y sigo caminado confiado en Dios, intentando que el marco donde me muevo esté en manos de Dios. No pretendo que parezca que sea fácil, ni siquiera que siempre sea así. Pero lo que si intento es que, en todos los acontecimientos, esta sea mi forma de ver las cosas que me ocurren. Y, por supuesto, no sólo cuando la vida te ofrece alegrías y todo parece muy fácil, sino también cuando la vida te aprieta y te presenta momentos difíciles, ya sea de salud de algún familiar o por otras circunstancias. También ahí, o, mejor dicho, siempre ahí. Porque como compartía hace una semana en Salamanca, lo importante no es lo que nos ocurre, sino lo que hacemos con lo que nos ocurre.
Lo que sí entiendo con total seguridad es que Dios transforma una situación difícil en una solución. Sino que se lo pregunten a aquella pareja de Caná de Galilea. Que le pregunten sobre su agradecimiento ante el problema del vino. Pero hay un detalle que la Madre Cándida descubrió y que sería un buen tema para desarrollar: la intercesión de María en su vida. Es importante descubrir esas personas que desde el cielo interceden por nosotros, que presentan los problemas y hablan de nosotros. María fue clave en la solución de aquel problema y de aquella boda. Gracias María. Decía la Madre Cándida que Dios no abandona a sus hijas, y es cierto, pero podemos ampliar esta afirmación diciendo, y viendo lo que ocurrió en Caná, que Dios no abandona a nadie, que Dios siempre está.
Y al hablar de confianza, recuerdo aquella historia de los dos viajeros que cuenta Carlos Díaz en su librito “Diez virtudes para vivir con humanidad”.
Uno de los dos viajeros cree que el camino conduce a la ciudad celestial y el otro lo niega; ninguno de ellos se ha embarcado jamás por aquella senda, por lo que ambos ignoran las sorpresas que pueda depararles la fortuna en cada uno de los recodos del trayecto. Éste, pródigo en sucesos, les proporciona una variada gama de situaciones de gozo y dolor, pero, mientras que el creyente vive todas las penalidades bajo el signo de la confianza como estímulo, el otro las recibe como incordio y fastidio. Moraleja: para quien confía, mil objeciones no hacen una duda; para quien no, mil pruebas no constituyen la menor certeza.
Seamos agradecidos, seamos personas que confían en Dios y afrontemos la vida como ese pasajero que vivía bajo el signo de la confianza. Y si alguien duda de cómo se puede vivir así, sólo tiene que leer la biografía de cualquier santo, entre los cuales, yo recomiendo la biografía de la Madre Cándida contada en el libro “Donde Dios te llame”.
Antonio Grau
Murcia