Y poco a poco, casi sin darnos cuenta, hemos llegado al tercer domingo de Adviento. Y poco a poco, casi sin darnos cuenta, nuestro nacimiento, nuestro pesebre, nuestro belén, va tomando forma. Hoy se acerca la Virgen, hoy María aparece junto a la tercera vela. Hoy, como tantas veces, aparece nuestra Madre que tanto nos cuida, y que tanto cuidó a la Madre Cándida. No es por casualidad que casi todas sus cartas empiecen nombrándola y pidiendo sus cuidados en forma de protección bajo su manto.
Hoy buscamos el encuentro con María como Madre que cuida a su hijo en unas condiciones muy precarias, donde le faltaba todo menos su amor, su fuerza, su energía su cariño y su sonrisa. Eso hizo que superase todo lo que tenía que superar, hasta una cama decente para tener a su hijo. De María se ha dicho tanto que parece que siempre es repetir casi lo mismo, pero no podemos dejar de hablar de ella, de sus desvelos, de los cuidados llenos de cariño a ese niño, de los cuidados que tendría con los primeros pastores que se acercaron tras el anuncio del ángel. Y la cabeza y el corazón me llevan a Belén, a ese monte de los pastores, a esa cueva donde surgió todo, a ese paisaje casi llano, pero con la suficiente estrategia para resguardar a los rebaños. Allí María cuidó y se dejó cuidar. Y nosotros:
Trabajar por la gloria de Dios no es nada del otro mundo ni del siglo o siglos pasados. Nada de eso. Trabajar por la gloria de Dios es trabajar en bien de las almas: “Lo que hicisteis a uno de estos, a mí me lo hicisteis”. Por eso, cuidado con las falsas luces, y cuidado con los adornos, porque si no tenemos el corazón abierto a los que están cerca y las manos preparadas para ayudar y cuidar, puede ser que de nada nos sirvan otras cosas. Por eso la Madre Cándida sabía de la gloria de Dios y el cuidado de los pobres, por eso no se despistó (o por lo menos no dejó de intentarlo). Y eso es lo que nos dice hoy tanto María en su pesebre como la Madre Cándida desde cualquiera de sus casas de aquella época: No dejemos de cuidar, no dejemos de estar atentos a las necesidades de los demás, que a veces, algunas veces, están muy cerca de nosotros, incluso en nuestra familia (y eso, a veces, algunas veces, nos cuesta más).
Se acerca la Navidad (aunque para algunos casi no queda ya, de lo cansados que están) y se acerca la luz. Seamos (o por lo menos intentemos ser) testigos de la Luz, como lo fue Juan. Demos (o por lo menos intentemos ser) testimonio de esa Luz. Y sepamos responder si alguien, alguna vez nos pregunta, como le preguntaron a Jesús: ¿Tú quién eres? Y nos cuenta Juan (el evangelista) que Jesús confesó y no negó.
Antonio Grau
Murcia