Cerramos noviembre con un deseo especial de la Madre Cándida a una hermana. Cerramos un ciclo litúrgico y nos preparamos para iniciar el Adviento. Aunque parece que la Navidad comercial se haya comido el tiempo de Adviento.
Creo que nos estamos equivocando, creo que la comercialización de la Navidad no tiene derecho a merendarse el Adviento. Creo que para celebrar hay que preparar y prepararse. Y la vida nos da mil lecciones es este sentido. No podemos arrebatar todo: las relaciones, las comidas, las visitas, la forma de beber, la oración… No podemos arrebatar la vida.
No quiero olvidar que es 27 de noviembre, día del maestro. Y quiero aprovechar este momento para felicitar a todos los maestros con los que comparto esta pasión. Pero en especial quiero agradecer a todos los maestros de los que aprendí lo poco que sé, a ellos quiero agradecerles su ejemplo, su vida, sus consejos, sus regañinas. Cuando entramos a un colegio a trabajar llevamos una madera que hay que pulir, una roca que hay que darle forma y esto se va haciendo sólo con el tiempo, con los roces, con lo que escuchas, con lo que ves. Por eso quiero hoy dar gracias por todos esos detalles que ayudaron a mi madera de ser maestro y a disfrutar con ello. Hoy también es una fecha especial en mi vida porque hace 32 años nació mi hija Marta y recuerdo las visitas en ese día de fiesta, y recuerdo que, unos años más tarde, cuando le preguntaban a Marta qué día había nacido, ella respondía: el día del maestro.
La perla de hoy parece que nos trasciende a otros mundos, a otras situaciones, pero si le damos una vuelta más, podemos descubrir que también nos vale para el hoy. Y sorprendentemente nos vale para abrir los ojos y sentir que gozar de Dios en su Reino puede tener algo aquí, algo parecido a lo que Mateo nos decía ayer acerca del Reino, nos recordaba que ese: “cada vez que lo hicisteis con uno de estos” al final te lleva a: “lo hicisteis conmigo”, y eso es auténtico Reino aquí y cada día.
Al final de todo, descubres que cada vez es más sencillo de entender, al final descubres que el evangelio y la vida van siempre de la mano y que, si buscas de verdad la felicidad, no tienes que volverte loco. Ser feliz es sencillo porque hay una guía para ello. Otra cosa diferente es que nos guste esa guía. Acercarse al Evangelio, como se acercaba la Madre Cándida, era y es, descubrir qué hay que hacer, cómo hay que hacerlo y cuándo hay que hacerlo. Descubrir que el resumen es conocido. Amor, y que la forma es clara: Amar. Recuerdo lo que leí hace unos días:
“Si queremos educar un hombre nuevo para un mundo realmente humano, sólo este es el camino. No hay otro camino que el amor. Sólo Él es creador. Sólo Él transforma lo débil en milagro. Trabajando” Antonio Calvo Ortal.