Carta nº 355 septiembre 1908
“No te vayas, Señor; quédate con nosotras, que declina el día y se acerca la noche de la tentación, de la tribulación, de la muerte”. Si, hija mía; Él está con nosotras para socorrernos en todo, como así se lo pido para todas mis hijas, confiando que también ellas lo hacen por esta su pobre madre que tanto las ama en Jesús”
Ya ha llegado lo que hace tantos días iniciamos con la ceniza en la frente. Ya está aquí la Semana Santa. “No te vayas, Señor”. Porque sabemos que esta Semana pasará, pero lo que no debe pasar es lo vivido en estos días intensos de recuerdo, de expresión interna y externa, de lo ocurrido en Jerusalén mientras celebraban la Pascua judía.
La M. Cándida nos recuerda en estos días la importancia de pedir y saber. De pedir que no se vaya el Señor nunca de nuestras vidas y de saber que está con nosotros para socorrernos en todo.
Hagamos que esta Semana Santa sea especial, sea profunda y entrañable. Que el Señor nos mueva por dentro frente a ese paso de cualquier procesión donde las miradas deben ir dirigidas en primer lugar a la representación del paso, su belleza, su recuerdo, su situación en aquellos días y después a lo que le rodea. Lo importante es lo que se representa, lo que esa imagen quiere transmitirnos. Dejemos que nos hable, dejemos que nos cale por dentro. Hagamos como dicen que hacen los grandes deportistas en momentos decisivos: difuminar y silenciar todo un estadio para ver solo lo que tienen que hacer en ese momento. Silenciemos los alrededores del paso, silenciemos la preciosa música de las bandas que le acompañan y mantengamos un diálogo rápido con el Señor. No es aparentemente difícil. Hay que intentarlo.
No te vayas, Señor, acompáñanos durante esta Semana Santa como acompañaste a tus discípulos hasta entregar tu sangre por todos nosotros. Sabemos que siempre nos socorres aun cuando no lo veamos. Sabemos que siempre estás ahí y siempre estarás, porque somos testigos del Resucitado.
No te vayas Señor, acompaña nuestras palmas y transfórmalas en alabanzas y agradecimientos, acompaña nuestras ramas de olivo y transfórmalas en fortaleza y delicadeza y que las dos sean frutos de buenas obras durante este año, hasta la Semana Santa que viene.
Y, por el camino no olvidemos de pedir por todos los que necesitan nuestra oración. Seamos fraternos.