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PERLA ESCONDIDA EN LA CARTA Nº 347

Carta nº 347     febrero 1908

“Ya nos quedamos sin postulantes, pues las dos últimas tomaron el hábito el viernes. Dios nos traiga muchas y buenas”

 

Hoy muchos colegios se quedan sin algunos alumnos. Y ante esto me quedo con la petición de la M. Cándida: Dios nos traiga muchos y buenos. Porque si alguien puede conseguirlo ese es Dios. Nosotros, simplemente, tenemos que hacer todo lo que esté en nuestras manos y con la mejor de nuestras intenciones. Pero entre todas las acciones hay una que no puedo olvidar y que conforme voy caminando, voy descubriendo que es la principal: orar y confiar. Por eso, y en plena mitad de febrero, cerca del “mal llamado” día de los enamorados es cuando podemos decir que no hay día para el amor, lo cual no quiere decir que esté en contra del día de S. Valentín. No hay día para el amor porque no es cuestión de un día. Es algo más.

 

Por eso, y en plena mitad de febrero, cuando los periodos de admisiones están al caer, es cuando pido orar y confiar. Y lo pido desde la certeza que funciona, Y funciona porque a quien se lo pedimos, nunca nos abandona.

 

No podemos llegar a desesperarnos. Antes de eso hay mucho por hacer. Hay mucho por rezar y hay mucho que confiar en Dios. Porque Dios nos quiere, porque Él es nuestro amigo, y nos quiere algo más que esos amigos que nos cuenta la historia siguiente:

 

Amigos son aquellos seres que te conocen y sin embargo te quieren, los que te preguntan cómo estás y esperan a oír la respuesta, los que no esperan a que les llames, pues llegan mucho antes para auxiliarte porque desde el primer momento estuvieron atentos a lo que precisabas, los que te abren sus puertas cuando llegas con tus muletas… No hay amor más grande que dar la vida por tus amigos.

            Mi amigo no ha regresado del campo de batalla, señor. Solicito permiso para salir a buscarlo. Permiso denegado, replica el oficial; no quiero que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente habrá muerto. El soldado, haciendo caso omiso de la prohibición, sale; una hora más tarde regresa mortalmente herido transportando el cadáver de su amigo. El oficial le grita furioso: ¡ya le dije yo que había muerto! ¡Ahora he perdido a dos hombres! Dígame, ¿merecía la pena salir allá para traer un cadáver? ¡Claro que sí, señor! Cuando lo encontré todavía vivía y pudo decirme: estaba seguro de que vendrías.

 

            Harás más amigos en dos meses interesándote por los otros, que en dos años tratando de interesarles por ti.

 

Querida M. Cándida, gracias por tu oportuna aparición en estos momentos, porque me ayudas a separar lo fundamental de lo secundario. Porque me ayudas a saber dónde debo echar el ancla para poder escuchar.