La fiesta de Pentecostés nos muestra ese momento en el que un grupo de hombres y mujeres atemorizados se transforman en personas nuevas. Lo que ocurrió ese día se expresó a través de signos: el viento, un fuerte temblor, el fuego, el don de lenguas. Esos signos indican que la transformación de esos seguidores de Jesús “vino de lo alto”, no fue fruto de una decisión colectiva que se adoptó ese día, no nació de un “plan pastoral” rigurosamente elaborado ni fue la idea de algún personaje iluminado. Lo que ocurrió fue que “vino del cielo un ruido, como el de una violenta ráfaga de viento”.
Ese viento “que sacudió la casa en la que se encontraban” tuvo un primer efecto sorprendente: “Comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía que se expresaran”. Los que los escuchan quedan perplejos: “Pero estos ¿no son todos galileos? ¡Y miren cómo hablan! Cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua”.
¿Qué quiere decir ese misterioso signo? ¿Qué nos dice a nosotros, dos mil años después, en tiempos de globalización y redes sociales?
Nuestra generación, por ser la más conectada y comunicada de la historia, quizás sea la que más necesita comprender este signo. Quizás en esa multitud de mensajes que se intercambian segundo a segundo, imposible de cuantificar, se esté gestando en nuestro tiempo un nuevo lenguaje que permita una comunicación diferente o, por el contrario, ese intenso intercambio global de todo tipo de datos nos conduzca a una nueva Babel, en la que infinidad de idiomas mezclados e incomprensibles derriben toda posibilidad de convivencia en paz.
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