Siguiendo la estela literaria de su abuelo Eugenio, Pablo d’Ors (Madrid, 1963) lleva ya siete novelas publicadas. Uno de los rasgos característicos de su obra es la mirada intimista sobre los personajes. «Creo que la tarea del escritor de ficción es rescatar el mundo interior, la historia privada, lo íntimo», asegura. Esto, en cierto modo, hermana su vocación de escritor con la de sacerdote. Vocación esta última –dice– que consiste esencialmente en descubrir y testificar «cómo esa humanidad nueva que es Cristo se encarna, de manera muy escondida a veces, en todos los seres humanos».
La obra literaria de Pablo d’Ors ha recibido los elogios de la crítica, pero probablemente el que más repercusión ha tenido de sus libros ha sido el ensayo Biografía del silencio (2012). Desde ese momento empezó a recibir cartas y llamadas de personas que le pedían que les enseñase a meditar. Desbordado por la respuesta puso en marcha en 2014 Amigos del Desierto, que en la estela de Charles de Foucauld se propone recuperar la tradición hesicasta, iniciada por los padres del desierto orientales en el siglo III. «Hay una sed de Dios muy grande», constata. «Y no basta con responder a eso a la gente que hay que rezar: debemos mostrarles cómo y hacerlo con ellos». Amigos del Desierto cuenta con varios grupos diseminados por toda España.
¿Esa sed de Dios es explícita?
Pocas veces es explícita. Pero sí hay una búsqueda de paz, de plenitud, de encuentro, de sentido, de trascendencia… Todo eso que, hasta hace poco, el hombre incluía bajo el término Dios.
Si existe esa sed, ¿por qué le cuesta a veces tanto a la Iglesia conectar con el hombre contemporáneo?
Hay un gran trabajo de interculturación de la fe que apenas está hecho, pero el gran problema es la falta de experiencia de Dios. Si tú amas a alguien, buscas la manera de expresar ese amor, aunque sea de forma desbordada. La mayoría de las formulaciones que damos sobre Dios, más que auténticamente religiosas, son ideológicas, sistemas de creencias que pueden ser interesantes, pero la experiencia de Dios es otra cosa: una experiencia de absoluto, de soltarnos de nosotros mismos y lanzarnos sin agarrarnos a cosas o a ideas. Así hacemos la aventura de creer. La fe fundamentalmente es confianza. Tú confías en alguien y por eso crees en lo que te dice. Las creencias son una consecuencia de ese acto de confianza.
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