¿No os ha pasado alguna vez que algo esencial en vuestra vida, por el hecho de hacerlo repetidamente, parece que pierde su brillo?
Personalmente cuando me doy cuenta de que me está pasando, intento ponerme en la situación de que fuera la primera o la última vez de “eso” a lo que no le doy importancia: la oración de cada día, la celebración sencilla de la Eucaristía, el trabajo cuando es vocacional, incluso el “buenos días” de quien te quiere al levantarte o la posibilidad de comer, caminar, cantar… ¿Y si nunca lo hubiera experimentado antes? ¿Y si mañana ya no pudiera volver a hacerlo?
Debo confesar que con esta Congregación General me ocurre esto. Al ser la primera que vivo desde el principio, estreno esa ilusión y ese asombro de que podamos ponernos en serio a querer escuchar (¡y seguir!) lo que el Espíritu nos inspira hoy como Hijas de Jesús. Me parece algo precioso. Y muy arriesgado. Y definitivamente con el sello de Jesús.
Sé que puede sonar ingenuo, y que a menudo la realidad se encarga de desinflar nuestros deseos y proyectos, y que somos frágiles, y pocas y… Eso es verdad. Pero recordemos, no es toda la verdad ni la parte más importante de la verdad.
En el fondo, sabemos que lo que permanece es la vivencia de la Pascua: que Dios pone vida donde hay muerte, que su mirada es más ancha, más profunda, más compasiva y más viva que la nuestra. Y que aunque no lo percibamos, Él trabaja sin parar y es capaz de resucitar todas nuestras muertes y las muertes del mundo; puede renovar nuestra alegría, nuestra generosidad y entrega, si nos dejamos.
Pidamos al Señor, en este tiempo, que nos regale una mirada parecida a la suya, que nos resucite y que nos haga ponernos en juego, del todo, confiadas y alegres para ir y anunciar…
Esther Sanz, FI
@Faidwen33