Cuando era pequeña oía a sus padres hablar en la cocina, o en el telar. Sobre sus hijas y su futuro; sobre los vecinos y sus problemas; sobre las preocupaciones cotidianas y sobre las alegrías de cada día. Y mientras sus padres hablaban, ella aprendía a la importancia de la cotidianidad.
Cuando era pequeña oía a sus padres rezar. Bendiciendo a Dios por el pan de cada día, agradeciendo a María que les acompañaba en sus desvelos; pidiendo a Jesús por sus hijas, para que fueran buenas y encontraran su camino en la vida. Y mientras ellos oraban, ella aprendía a sentirse hija y discípula.
Cuando era pequeña oía a su madre cantar. Bajito. Para no despertar a sus hermanas pequeñas, sobre todo cuando alguna estaba enferma. Cantar bajito le hacía bien y arrullaba a las niñas mientras dormían. Y mientras su madre cantaba, ella aprendía a cuidar y a sanar.
Cuando era pequeña oía a la gente del barrio trabajar. Les oía ir al campo bien temprano y volver tarde, cansados pero satisfechos del trabajo bien hecho y con ganas de descansar. Y mientras los vecinos trabajaban, ella aprendía el valor del trabajo y del descanso.
Cuando era pequeña oía la naturaleza despertar. Oía los pájaros y las ovejas en el monte, el viento enredado en las hayas, el río, y el crujir de hojas en otoño. Y mientras la naturaleza sonaba, ella aprendía a contemplar, a poner su atención en la vida, en el crecimiento lento y silencioso, en la tierra y su humildad.
Y fue creciendo en ella la conciencia de que era lo que había ido oyendo, y que hablaba de lo que había oído hablar y rezaba lo que le habían enseñado a rezar, cantaba lo que su madre le había cantado, trabajaba como sus vecinos le habían enseñado, contemplaba lo que la Naturaleza le había regalado y era Cándida María de Jesús desde lo que Juanitatxo había escuchado.
Y tú, ¿qué oías?
(en el aniversario del nacimiento de Juanitatxo)
Beatriz Neff
@beatrizneff