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Matías

El paseo marítimo de mi ciudad está lleno de vidas. Familias con pequeños que empiezan a patinar; abuelos que aprovechan este sol primaveral que sana tanto; jóvenes deportistas forjándose una vida saludable; amigos disfrutando un desayuno al sol; parejas con sus mascotas regalándose tiempo…

Y también está Matías, un anciano adorable al que voy conociendo poco a poco. Es parada obligada en mi viaje en bici cada domingo, cuando el olor a salitre me invade y me ensancha por dentro.

Matías nació en Argentina. Tiene ese acento que te marca y te invita a cerrar los ojos y escuchar historias.

Me habla del niño que llora a mi derecha porque es adicto a los abrazos de su padre. Me cuenta que los pasos de quién camina detrás nuestra son los de un señor que quedó viudo y necesita  su bastón para sostener su pena. Me murmura que la mujer que toma el té en la terraza de arriba huele como el azahar en primavera.

Y yo, que cada domingo abro mis sentidos para llenar mi vida, no me he dado cuenta de la que me rodea. No he visto la calma del bebé al ser arrullado, ni las lágrimas del anciano llorando una ausencia, ni el florecer a la vida de la mujer del balcón.

Menos mal que está Matías, mi anciano adorable al que voy conociendo poco a poco.

Y así, cada domingo, mi paseo en bici me lleva a él, que me traslada, me llena la mirada de nuevos paisajes, me cambia de ubicación, re-configura mi brújula para saber hacia dónde camino, qué he de mirar, qué necesito mirar.

Seguiré desgastando las ruedas de mi bicicleta por escuchar la voz tranquila del viejo Matías. Necesito descubrir, como Matías, el sentido del corazón. Ese que él, por su ceguera, ha sabido cultivar. Cuánta vida me queda a tu lado, amigo Matías.

Raquel Criado Allés

@RaquelRaquela

Stella Maris