Arte y artesanía
4 febrero, 2022
Invierno, sol y mar
11 febrero, 2022

MARÍA DE NAZARET VI

Qué orgullosos están María y José de su hijo, Jesús. Después del susto aquel, cuando se les quedó en Jerusalén, con 12 años, todo ha sido un oasis de felicidad. Es un chaval. Es la envidia de las vecinas y madres de Nazaret. Siempre están mentado a Jesús a sus hijos, para que sean como él.

Apuesto, cariñoso, con muchos amigos, servicial, trabajador en el taller de su padre… No le pueden poner ni una pega. Ojos negros… Tiene una mirada tan profunda, te envuelve y acoge.
¡Y te sientes tan a gusto! Una mirada que transciende también un no sé qué de arcano, inasible… ¿soñador? ¡Pero es tan sencillo al mismo tiempo!

Y qué buen israelita es. Qué bien se expresa los sábados en la sinagoga… ¿De dónde le puede venir esa peculiar sabiduría, tan impropia de un joven?

Qué familia más feliz. Todo el pueblo les quiere. ¡Ni una queja sobre ellos! Al contrario; todos rivalizan por disfrutar de su amistad.

Y va pasando la vida… Y Jesús crece en estatura, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres… Años y años… Los doce, los quince, los veinte, los veinticinco… Y que no pasa nada. Nada ni nadie turba la cotidianeidad gris de ese pueblo perdido, Nazaret, de donde no sale nadie ni nada que se pueda reseñar. Y María, que guarda en su corazón aquel encuentro con Gabriel… y José, que recuerda aquellos sueños como si fuera hoy.

Y pasan los años…
¡Y no pasa nada!
«… Como uno de tantos, como un hombre cualquiera», que dirá Pablo en Filipenses.

En un atardecer que Jesús ha salido a Caná, José rompe el silencio contenido y se sincera con María. Los dos merodean el misterio, pero es tan denso el silencio… ¡Y es tanta su fe!
Comentan de su pariente Juan, el hijo de Isabel, tiene aires de profeta, predica la conversión y bautiza en el Jordán. Y hasta llega ya a tener algún discípulo…

Pero Jesús… ¡no pasa nada!

Y María, vuelve a dialogar con su Dios: ¿Cómo ha de ser esto, Señor, si no vemos ningún signo, si todo es tan trivial, tan ordinario….?

Confortada, María se vuelve a José y le dice:
«… Nada hay imposible para Dios…
…su Espíritu le cubrirá con su sombra…
…Aquí estamos, tú y yo, los siervos del Señor…
…Hágase en nosotros su voluntad…»

Y siguen los dos confiando en el Señor su Dios y apoyándose mutuamente, en su fe.

Una vida normal, corriente, de pueblo, hijo de José, el carpintero. Y Jesús ya tiene su edad. José también; y empieza a cansarse.

No sabemos si José vivía todavía cuando Jesús, un día, pudo decirle algo así a María: «Me voy al desierto. Tengo que prepararme. Porque debo ocuparme de las cosas de mi PADRE, del Reino de Dios, que ya está cerca. Para eso he sido enviado, mamá. Y llega ya la hora…»

No podemos imaginar el estrecho y largo abrazo de madre e hijo… «Aquí está la sierva del Señor», susurraba el corazón de María. Y algo parecido en el de Jesús, que recogerá Pablo en su carta a los Hebreos: «Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ‘He aquí que vengo, pues de mí está escrito en el rollo del libro – a hacer, oh Dios tu voluntad».

Y los dos, fundidos en ese abrazo íntimo, eterno, sienten la cercanía de Dios que cuenta con ellos para realizar la gran proeza, cúspide de la salvación: la VIDA NUEVA, de los HIJOS DE DIOS… «Yo he venido para que tengan vida…y la tengan en abundancia», Jn. 10,10

Ligero de equipaje, parte Jesús. María se queda mirando el camino que conduce al desierto… La profecía de Simeón, empieza ya a atravesar el corazón de la madre.

Teresa Zugazabeitia FI