Les habíamos dejado recién retornados, en su casita de Nazaret, entre abrazos y besos con los abuelos Ana y Joaquín, que por fin conocían al nieto… Vaya que si era la consolación de Israel, de estos abuelos sobre todo!
Porque su hija, María, había marchado de Nazaret a cuenta del censo de Cirino, gobernador de Siria, para ir a Belén. porque José, su esposo, era de la estirpe de David… Y tuvo que acompañarlo, estando ella encinta. En Belén, María salió de cuentas…
¡Y menos mal que ellos, Ana y Joaquín, no se enteraron cómo había nacido su nieto: en un establo! No había sitio para ellos en la posada y los suyos no les habían recibido.
Mejor que no se enteraran Ana y Joaquín, que habían tenido que huir, de noche, aprisa y corriendo, perseguidos de muerte, huyendo de Herodes, hasta Egipto. Qué habría sido de ellos… Tanto tiempo sin noticias…
Hasta que, por fin, ha llegado la última caravana, desde Judá. Y ahí están los tres: sanos y salvos.
¡El nieto! ¡Qué mayor ya!
¡Cómo se le echan al cuello!
¡Y qué cariñoso es!
Están radiantes de alegría. Ha pasado tanto tiempo… Su nieto anda ya; le han salido todos los dientes y habla correctamente. Es muy listo, lo dice su abuela Ana, que se lo come a besos… Y el niño se deja querer.
Va creciendo en estatura. Se le ha quedado pequeña aquella pelliza de pastor que les dieron en Belén. María ha procurado ensancharla y alargársela, pero ya no le cabe. Ha crecido tanto… Verá cómo aprovecharla o dársela a alguna vecina que la necesite.
María, antes de dormir, le reza los salmos que el niño puede entender. Y… en forma de cuentos, le va narrando toda la historia del pueblo de Israel para que se le vaya adentrando la fe y a la vez, durmiendo.
Desde Ur de Caldea: Abraham, aquel arameo errante, nuestro padre en la fe: y la Alianza, Egipto, las plagas, el Éxodo… la gran liberación… En tierra prometida ya. El reino de Jerusalén, el reino de Judá, el destierro a Babilonia. Israel bajo la dominación persa. Después bajo los griegos… Todo se lo narra como un cuento para que lo vaya entendiendo. Pero, en toda vicisitud y peligro, sentían siempre la cercanía de Dios. Ellos eran el Pueblo de Dios. Y por eso es tan importante la PASCUA. Celebran, en la primera luna de Nisán, cómo el Señor los sacó de Egipto con brazo fuerte y los condujo a través del desierto: el maná, la nube, hasta llegar a la tierra prometida.
-«¿Egipto? ¿Allí donde estuvimos nosotros, mamá?»
-«¡Pero, duérmete mi niño! Es muy tarde. Yo que pensaba que ya estabas dormido… »
Está María cansada de tanto trajinar… Y el niño que no se duerme esta noche.
Y cómo corretea; y juega feliz con los niños nazarenos. Es tan bueno que se deja siempre ganar. Todos quieren ser sus amigos.
Está muy sano. Va a ser muy alto.
Algún coscorrón de vez en cuando, que María cura con amor y primor.
Se cansa también de tanto jugar; y luego llega a casa con un hambre…
Su madre ya les tiene preparada la comida. Hoy pescado, dátiles, queso y pan reciente de trigo. Y un buen trago de vino. José ha estado trabajando duro. Y viene también con apetito. Entre los dos, acaban con todo.
Jesús sigue creciendo delante de Dios y de los hombres…
Y las vecinas dicen a María: «Igualito a ti, María. ¡Cómo se te parece! ¡Tus mismos ojos y tu mismísima mirada! ¡En chico, pero es tu imagen misma!»
Y María, mira al cielo y guarda todos estos comentarios en su corazón…
Como el chico es tan despierto, José ya ha empezado a recitarle todos los días la Shemá: «escucha Israel, Adonai es nuestro Dios… «
Es tiempo ya de que el niño vaya a la escuela rabínica. Además de la escritura hebrea, le enseñan toda la tradición y el sentirse pueblo de Israel. Ellos hablan arameo.
José empieza a llevarle los sábados a la sinagoga.
Y hay que ver cómo Jesús crece y progresa en sabiduría. Cómo lee, entiende y profundiza en los papiros y pergaminos que contienen los Libros Sagrados. Todos felicitan a José por ese hijo tan despierto… ¡Y como reza los Salmos!
A Jesús le gusta el taller de José. Cómo trabaja duro y es capaz de dominar la madera. De unos troncos, lo mismo saca una yunta, que un taburete, un diván, o un cuenco precioso. ¡Qué artista es su padre!
¡Cómo le admira!
Sigue siendo su abba; como le llamaba de pequeñín.
Y como le quieren los vecinos; siempre está haciéndoles favores.
Jesús ya tiene doce años; umbral de adolescencia. Sus padres ven que ya puede subir con ellos a Jerusalén como todo buen israelita. Con qué ilusión acoge la idea Jesús. Se cree ya casi con mayoría de edad. Además, conocer la ciudad santa, subir a la colina de Sion… «Ya están pisando nuestros pies, tus umbrales Jerusalén», que reza el salmo… Esta vez es real. Salir del pueblo, viajar en caravana, conocer gente nueva, subir al Templo…
Todo ha sido mejor que lo previsto. La ciudad, el Templo, los sacrificios, las ofrendas, los salmos… la cantidad de gente tan distinta del pueblo de Nazaret, de tantos lugares… Han cumplido y disfrutado mucho.
Hay que pensar en la vuelta. Ya están organizadas las caravanas de vuelta. Bajan ya para Galilea. Tan animados de haber cumplido con la Torá, su ley santa.
José está tranquilo, pero han pasado tres jornadas sin ver a Jesús. Y a María, en la otra caravana, le pasa lo mismo. Hasta que… ¿dónde está Jesús? ¿No estaba contigo? Se preguntan mutuamente… ¡Pues, no!
Preguntas sin respuesta. Angustia, congoja… ¿quizá algún leve reproche?
Volvemos ahora mismo a Jerusalén… ¡A ver si se ha confundido con alguna otra caravana…!
¡Ni rastro!
¡Qué tres días y noches de búsqueda estéril!
Perdidos, los dos, en la gran urbe, sin saber por dónde indagar.
Y van al Templo, quizá a rezar…
¡Es él! ¡Entre doctores! ¡Tan tranquilo!
María rompe a llorar de emoción. José la rodea por el hombro: «el Señor está con nosotros».
María se repone pronto de la emoción. Y no pierde la cabeza. Menudo susto les ha dado.
¡Y él, tan feliz!
Con cariño y firmeza a la vez, le hace caer en la cuenta de la angustia que han sufrido:
«Hijo ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando…»
María, sabe educar: una pregunta a la razón, ¿por qué? Que caiga él mismo en la cuenta de lo que ha hecho. Y un toque al sentimiento: hacerle sentir empatía, el disgusto que les ha dado.
Al final, la alegría del encuentro es mayor que este trago tan amargo.
«Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos.
Su madre conservaba todas las cosas cuidadosamente en su corazón.
Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres»
¡Ay Lucas, Lucas!
¡Te agradecemos tanto tu evangelio!, pero…
¿por qué no le preguntaste a María qué es lo que pasó en aquellos «quasi triginta annos» de Nazaret?
Quizá sea mejor así. Basta.
¡Es tan recóndito el misterio!
Teresa Zugazabeitia FI