Jesús, ojos de misericordia, manos del pueblo y para el pueblo, Señor de la Vida.
Jesús, sanador. Reconciliador de los corazones rotos, de las vidas al margen, esperanza de los empobrecidos.
Jesús, aclamado por quienes habrán de entregarlo y de celebrar su muerte; espejo de las injusticias, azote de la frivolidad en la casa del Padre.
Jesús entre sus amigos, compartiendo el pan, el vino y ¡tantos recuerdos!
Jesús sentenciado a muerte: llama Padre a Dios y como tal lo da a conocer, pero es presentado ante los romanos como un alborotador y un sedicioso para que sea ajusticiado.
Jesús crucificado: el Mesías no propició el cambio político que se esperaba de él, su transformación era aparentemente más sutil pero también trascendental. Debía morir para aplacar el miedo de las élites sociales.
Jesús, que tanto nos habla en su vida con sus gestos y palabras, nos habla también hoy, Viernes Santo, con su muerte.
En este tiempo, en nuestras calles, en esta sociedad en la que tanto se habla de muerte digna y tan poco de vivir con dignidad; tu cruz apunta al Mediterráneo, a los parajes perdidos entre invernaderos, donde se congrega la vida, pero es parasitada de miseria e inmundicia.
Tu corona se ha trenzado en los lugares de trabajo precario, en los mercados donde se cambia la esperanza por un puñado de euros.
Tus ropas se las disputan en las enrejadas habitaciones de los clubes de carretera, en las infraviviendas de los asentamientos en cuyas paredes alguien ha apoyado una silla vacía, como quien vende a un amigo con un beso en la mejilla.
Jesús, sigue resucitando pasado mañana. Te esperamos en Galilea.
Rafael Quintana
Almería