Hojas caídas
Desde mi ventana miro y remiro las hojas de los árboles que se me van amustiando tristemente.
El verde vigoroso de las hojas va perdiendo su brío. También su textura se ablanda y empieza a arrugarse.
Se van como achicando aquellas hojas, tan recias y robustas, hace poco.
Desplegadas, enredaban sus ramas de árboles plátanos, componiendo un tupido cobijo frente al sol fuerte de verano.
Amarillean primero, tachonadas después por manchas ocres, cada vez más grandes… hasta que una ráfaga de viento sur, temblorosas ellas, se bambolean y a nada que llueva se desprenden y caen planeando, sin prisa, alfombrando el asfalto.
Cris cras, cris cras, gimen bajo nuestras pisadas.
A veces la lluvia como que las barniza y, ya en el suelo, dejan ver destellos todavía verdes y rojizos.
Me invitaron un finde a Soria, a la Laguna Negra, exclusivamente para contemplar el otoño. Todo un espectáculo que todavía retengo en mi retina.
No hay paleta de pintor… Monet, Cézanne, Renoir… capaz de retener la inmensa gama cromática de nuestro otoño.
Sobre todo en un día de sol radiante: los colores se densifican, enrejando caprichosamente el cielo azul, si lo miras a través de sus ramas.
A los urbanitas no iniciados, los árboles de hoja caduca, no paramos mientes, no nos es fácil catalogarlos cuando lucen su verde.
Es en otoño, cuando cada árbol se colorea de forma distinta: desde los amarillos más rabiosos que destacan de su negro tronco, hasta los rojizos y rojos, sangre de toro, o los jaspeados en marrones y ocres diversos, amarillean con los verduzcos, y tonos azulados, blanquecinos o anaranjados, organizándose armónicamente en masas arbóreas muy diferentes, sin estorbar la belleza del conjunto.
Nuestros bosques son un festival para la vista. Nos bastan simplemente los jardines y parques urbanos para disfrutar de tan sencillo espectáculo a nuestro alcance, si tenemos ojos reposados para admirar… Y estar.
No durará mucho. El viento sur acelerará el proceso. Las lluvias otoñales irrumpirán. Nuestros árboles pronto serán despojados de su policromada belleza indumentaria.
Troncos, ramajes desnudos, no más.
Oscuros, grises, bastante uniformados.
Parecerán osamenta descarnada.
Esperemos. Las humildes raíces los sostienen y los nutren.
Y aunque todo parezca yerto y muerto… la vida, la nueva vida, brotará en primavera, tímida el principio.
Estallará después esplendorosa y pletórica en yemas, brotes, flores y frutos.
Eso será, después de la escarcha y la nieve.
Mª Teresa Zugazabeitia, FI