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Entretenidos y encargados o emocionados – Editorial de la Revista Vida Religiosa Junio 2017

Me van a perdonar el titular en masculino que, en realidad, es genérico. Salvada la cortesía, quiero este mes proponerles una reflexión sobre el cariz de nuestra vida e historia juntos. Tiene uno la sensación, seguramente viciada por una mala observación, de que hay una buena parte de población en la vida consagrada muy entretenida, con bastantes encargos, pero no tan emocionada. Y quizá, también me lo van a permitir, entendamos por emoción un principio vital mucho más positivo y creativo que lo que en realidad le pertenece.

Me llena de paz ver nuestro mundo emocionado. Respirando, conviviendo, actuando, soñando, orando, con experiencia de lucha común, con sabores y «sinsabores». Es nuestro mundo vivo, ocupado. Ese «estar, sin pausa creando», y en medio de él, a pie de calle, la vida consagrada ocupada en hacer explícito el Reino. Con sus valores, su poder evocador y transformador. Con su utopía imposible que llena de posibilidad y emoción la vida.

La emoción, se nos antoja, muy próxima al sueño vocacional. Al sentido de la vida. A las grandes razones por las que alguien mediocre, en un momento dado, dejó todo, por una aventura de Reino que le superaba. La emoción no es ni el cargo, ni el tiempo, ni la casa. No es lo que hago, ni el éxito. No es la amistad, ni la vida compartida, ni la agenda llena, ni acostarte cansado, ni gozar con un salmo viejo que te suena nuevo. No es volver a empezar, ni imaginar cómo sería… Es todo eso, leído con fe y en la secreta compañía de quien es Misterio de proximidad.

Va uno descubriendo que la donación y gratuidad en la vida consagrada siempre ha estado empapada de emoción, más que de voluntad. Sus momentos más fecundos son cuando sabe hacer camino –emocionado y real– con los débiles y ser su bálsamo y consuelo; cuando la experiencia de carisma compartido es más fuerte que las luchas internas, sean expresivas o latentes. Cuando la presencia del Espíritu, con su brisa suave de libertad, es más palpable que el yugo de la ideología o, cuando las historias del pasado se colocan definitivamente en museos, para ser visitadas y recordadas, eso sí, con «emoción agradecida».

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