¿No os pasa algunas veces que cosas sin relación, de pronto encajan y abren una puerta, encienden una luz?
El otro día me pasó. Por la mañana atendí a una persona que me dejó confundida y agotada. No llegué a poner palabras a lo que me había pasado por dentro hasta más tarde, cuando volví a repasar mentalmente la visita y me di cuenta de que había consultado, en el rato de consulta, por 14 problemas diferentes. Uno detrás de otro, embarullados, algunos médicos, de diferentes órganos y aparatos, otros más psicológicos, otros vitales, relacionales… todo mezclado, rápido, sin tiempo y saltando de una cosa a otra. Todo, además, envuelto en quejas contra el sistema sanitario, exigencia, algo de victimismo y creí intuir que bastante miedo e impotencia.
Cuando pude respirar por dentro y dar un paso atrás intenté nombrarme con calma qué se me despertaba al recordar nuestro encuentro: Agobio por el “chaparrón”, enfado al sentir criticar a los compañeros, compasión por su situación mezclada con rechazo al percibir cierta manipulación, inseguridad,… ¡De todos los colores!
Intenté dejar de lado el sentimiento creciente de antipatía que sentía, para no juzgar, buscando entender qué puede llevar a alguien a una actitud así, a postura y una situación como la suya.
Si soy sincera, no pude.
Imagino que cada uno somos fruto de muchas cosas, entre otras de nuestra historia, heridas, temperamento, circunstancias… Desde mis parámetros, esa persona estaba usando la peor estrategia para conseguir ayuda, atención, empatía…
Confieso que me dejó mal sabor de boca.
Días después, una persona muy cercana, me compartía un descubrimiento reciente en su proceso de fe, no tanto como una idea sino más bien como una intuición profunda: “El llamado es para servir, es para cuidar…”
Al escucharla, me conmovió profundamente, porque sentí que tocaba a mi raíz como persona, como Hija de Jesús, como creyente…
Y de pronto, sentí que algo encajaba por dentro: No se trata de lo que la otra persona haga o diga. Se trata de su dignidad de Hija, igual que la mía; de su ser amada incondicionalmente por Dios y llamada a la Vida. Se trata de si soy capaz (si el Señor me da es luz) de verla como hermana, como compañera de camino, más allá de cómo sea.
Y se trata de cómo quiero responder yo, en mi día a día, en lo concreto y costoso, a mi llamada a servir y cuidar.
Hoy me siento bien pequeña y bien al principio del recorrido, pero deseando recorrerlo, despacio, caminando humildemente con mi Dios…
Por Esther Sanz Martínez