Ahí está, frente a mi ventana.
Todas las mañanas me ofrece y me regala «un buen día».
No es solo un deseo como acostumbramos todos los días en el saludo mañanero que nos intercambiamos.
Su sola presencia, cada mañana, ya me brinda un regalo de belleza y compañía.
Altivo, sin ser altanero, les mira por encima del hombro a los dos edificios de cinco pisos que lo flanquean.
Frondoso: tanto, que no me deja ver el parque de niños que juguetean en frente.
Lento en su crecer; pero recio en su transcurrir. Puede alcanzar hasta los trescientos años.
Éste que yo contemplo…. ¿con cuántas generaciones habrá convivido?
Se podría calcular su edad por su altura…Y son tan lentos en el crecer…
¿Qué años tendrá?
¿Qué acontecimientos habrá contemplado, oteando desde su altura Tolosa, la antigua capital foral?
¿Las guerras carlistas? ¿La civil?
¿Los carnavales? ¿Desde cuándo?
Por supuesto que contempló, y muy de cerca, todos los avatares, arrojo y fortaleza que la M. Cándida desplegara para arrostrar tamaña empresa: el colegio de las Jesuitinas y la Iglesia de ojivas góticas.
¿Y Antoñita Bandrés? ¿No se sentaría a su sombra esperando que abrieran la puerta del cole?
Hoja perenne.
Orgulloso, ataviado siempre de su frondoso follaje.
Hoja coriácea, de haz satinado y céreo como jade oscuro.
Envés, sin embargo, ocre aterciopelado, cuando la hoja llega a su madurez.
Y antes de caer, esa hoja puede adquirir una gama cromática de colores amarillentos y rojizos de gran belleza.
¿Y su flor? ¡Esplendorosa! Ampliamente desplegada; en grandes y densos pétalos ebúrneos de color; como suave marfil.
Exhala un perfume peculiar; tan agradable que toda cosmética quisiera emular y lograr.
Mucho nos regala el magnolio… Magna y tupida belleza verde, sombra, perfume…
Y compañía también.
Algunos árboles acompañan a su manera; pero acompañan.
Todos los bancos en parques y jardines están cobijados por árboles. Además de su sombra… ¡Acompañan!
No estaba loca Rosalía de Castro, allá en su Galicia natal, a orillas del Sar… agujereados sus sentidos por tanta vida, distinta, bella, que se le adentra en su espíritu, y le habla, la siente y la acompaña.
Las raíces de mi magnolio serpentean metros y metros, humildes, bajo el asfalto, cimientos de casas, carretera, aceras y… profundizan tanto como alta es su copa; siempre en búsqueda de nutrientes que llegan a las hojas y flores de la cúspide.
Son también las raíces las que consiguen sostenerlo enhiesto anclándolo férreamente a la tierra, para mantenerlo de pie, en su corpulencia altiva.
Raíces, ocultas, humildes, que nadie ve, y sois vida y flor y hoja y ramas del Magnolio que tanto admiramos su belleza… ¡Y su compañía!
Compañía… y también historia, de Tolosa, si pudiera hablar.
Teresa Zugazabeitia FI