Adou llegó a España escondido en una maleta. Su padre le esperaba al otro lado de la frontera, sin saber que había dejado a su hijo en manos de una mafia. Ahora espera a ser juzgado como traficante de personas. Su delito fue la desesperación de no dejar a su hijo solo en Costa de Marfil tras las negativas del Gobierno español a la reagrupación familiar. ¿El motivo? Le faltaban 56 euros en la nómina
El 7 de mayo del año 2015 una foto dio la vuelta al mundo. Un escáner del puesto fronterizo de El Tarajal, en Ceuta, detectó la perfecta silueta de un niño de 7 años escondido en posición fetal dentro de una maleta. Como Jonás, dice el poeta Luis García Montero en el prólogo de Me llamo Adou, el libro que el periodista Nicolás Castellano ha publicado con su historia. «La sociedad de hoy es el monstruo que se traga a Jonás –o Adou Nery Ouattara– pero ya no es el mensajero encargado de llevar a Nínive la salvación, sino un niño que se juega la vida por ir al encuentro con sus padres». Esta habría sido una historia más de un menor no acompañado que busca los escondites más inverosímiles para llegar a España si no fuera porque, 20 minutos después de ser escaneado, un hombre aseguró a los policías que ese niño era su hijo.
Alí Ouattara era profesor de Francés y Filosofía en Abiyán, la capital administrativa de Costa de Marfil. Una noche de 2005, cuando salía de dar clase en un instituto, varios militares armados le pararon en la calle y le retuvieron durante horas. Finalmente le dejaron marchar, pero lo que le salvó la vida realmente fue no llevar su documento de identidad encima. Si aquellos hombres del Gobierno de Gbagbo hubieran sabido que su apellido, Ouattara, coincidía con el del principal opositor del presidente –actual mandatario del país– «quizá nunca habría regresado a casa. Yo jamás participé en manifestaciones políticas, pero el simple hecho de llevar el mismo apellido me convertía en enemigo», explica Alí en conversación con Alfa y Omega.