52. [En el día de] san Ignacio, que será el patrono, o en su octava, se hará examen general sobre lo que hubieren aprendido. Asistirá la Superiora, teniéndose por dichosa de hallarse en medio de sus queridas niñas, mostrándoles el afecto que les tiene en el Señor, animándolas a practicar sus deberes.
¡Qué importante es el ánimo! Y qué valioso. La M. Cándida algo sabía de esto y siempre fue vital en cada uno de sus pasos. Sin ánimo no habría casi nada. Cuando una persona se siente animada es capaz de lograr incluso aquellas metas que nunca pensó que conseguiría. Dios es motor de ánimo, motor y fuente inagotable, solo espera que queramos acercarnos a Él, que lo descubramos y que nos contagiemos de ese ánimo. Si algo aporta el ánimo a la persona es vida y con vida el camino es diferente.
Somos hombres y mujeres cumpliendo un servicio en esta vida, como nos dice el libro de Job, un servir rápido pues esta vida es como un soplo y cuando queremos darnos cuenta estamos en la etapa de pensar qué hemos hecho con ella. Pero siempre hay un día más, si Dios quiere, siempre hay una nueva oportunidad de recuperar aquello que se nos ha quedado pendiente. Siempre tenemos la suerte de poder dar un paso atrás y recuperar de nuevo en el siguiente paso aquello que queremos cambiar. Siempre estamos en modo de nuevo aprendizaje. En estos momentos que estamos viviendo necesitamos palabras de ánimo, palabras de consuelo que hagan posible superar estos días. Y en el salmo 146 encontramos un aliento de esperanza:
“Alabad al Señor que sana los corazones destrozados”
Cada uno como quiera o pueda, pero con la seguridad de encontrar que Dios sana, que Dios cura ese corazón que se está quedando destrozado por las noticias, por las personas que se van, por la desesperanza y por el cambio de vida obligado y recomendado. ¿Cómo se sana esto? Dios es la respuesta, Él nos reconstruye por dentro porque tenemos que seguir viviendo. Y además nos llama por nuestro nombre y nos dice palabras de ánimo, palabras que curan. Cada día el evangelio nos trae su palabra. Y cada día es una nueva palabra en lo pequeño, en los detalles rutinarios, se trata de mirar con ojos que quieren sanar el ánimo.
El evangelio de ayer nos presenta al Jesús que cura y al que acuden en masa. Pues claro. Cuando una persona se encuentra enferma acude a quien cree que le puede curar, al médico que le puede recetar lo que necesita su cuerpo. Pues cuando una persona está destrozada por dentro, con la enfermedad de la oscuridad, tenemos que decirle que conocemos a un médico genial que tiene respuesta a su dolor, tenemos que hablarle de Dios. De ese Dios que necesita retirarse a orar a un descampado. Hoy tenemos muchos descampados donde poder orar y decirle a Dios lo que necesitamos, pedirle su ayuda y escucharle, en lo profundo, en lo íntimo, escuchar ese susurro que brota sin saber cómo.
Si algo aprendí y aprendo de la M. Cándida es su relación con Dios en la oración. Hoy sería diferente de aquel final del siglo XIX y principio del XX, por supuesto. Sería diferente en las formas, pero no en el fondo, no en esa frecuencia de encuentro con Dios. ¿Dónde encuentro a Dios hoy? ¿Cómo charlamos?
Seamos de las personas que anuncian el evangelio, con humildad, con fuerza, con ánimo. Seamos de los que intentamos aprender de la M. Cándida todo lo bueno que nos enseñó, todo lo que escribió e hizo, de toda esa vida entregada al servicio de los demás, desde la alegría y la sencillez.