49. No tocará ninguna a las niñas, pero impondrá las penitencias que pueden mortificar su amor propio y la sensibilidad.
Este es uno de esos consejos que puede parecer raro e intolerable. Pero nada más lejos de la realidad. Y los que tenemos más de 60 años sabemos de lo que estamos hablando. Es de malas personas sacar de contexto algo escrito y aplicarlo como si fuera hoy. Es de malas personas. Yo recuerdo mi infancia en la escuela y no la recuerdo con odio, con rencor, y hablo como niño al que corrigieron con algún palo, con alguna regla o con algún castigo desmesurado. Es como si dijéramos que todos los maestros que fumaban en clase eran unos asesinos por ir contra la salud de los alumnos.
La M. Cándida, conocedora de la educación del momento, se adelanta al trato de las maestras sobre las alumnas. No tocará ninguna a las niñas, alto y claro. Pero a la vez le da a la maestra la autoridad para corregir. Una vez más la persona por encima de todo, el cuidado de la entera persona por encima de normas que aprisionan, pero sin saltar y despreciar aquella norma que ayude.
Jesús, si, Jesús de Nazaret, iba los sábados a la sinagoga. No podía ser de otra forma. Norma, y con ella cualquier mejora.
Ayer, el libro de Samuel nos daba alguna pista sobre lo que significa vivir para Dios, lo que significa qué hay que hacer cuando Dios llama, como cuando llamó a la M. Cándida aquel 2 de abril, en aquel rincón de aquella Iglesia en Valladolid, “aunque la cosa empezó en un caserío llamado Berrospe, en una ciudad llamada Andoain”. Y esa joven dijo como Samuel, aquí estoy, habla Señor que tu sierva escucha. Y algo quedaría en el corazón de aquella joven que, cuando se enfrentó a la tarea de escribir unos consejos para mejorar la educación de sus escuelas, escribió este consejo de amabilidad, firmeza y cariño, mucho cariño. La M. Cándida en vez de aconsejar cómo tocar a las niñas para corregirlas, pensó como dice el salmo 39 de ayer, en inclinarse y corregir, en inclinarse, como el Señor se inclina y nos escucha, cuando lo esperamos con necesidad, con ansia.
Y “coincidencias de la vida”, Pablo escribe hoy a los corintios sobre el cuerpo, sobre el cuidado y uso del cuerpo y acaba aconsejándonos que glorifiquemos a Dios con nuestro cuerpo, que seamos limpios con nuestro cuerpo, y añado también, con el de los demás, sea en la dimensión que sea.
Me encanta lo que escribe Juan sobre el encuentro de los dos discípulos con el Señor, pero me quedo con “entonces fueron, vieron donde vivía y se quedaron con él”. Hoy podríamos decir de aquellos que siguen al Señor, que fueron, tomaron un café y charlaron un rato, vieron cómo vivía y como era y decidieron entregar su vida al Señor, decidieron quedarse con él, que no significa separarse del mundo, sino todo lo contrario. Por eso dudo de los grupos que lo primero que hacen con los que se acercan, es separarlo de su mundo, de su familia, de sus amigos, de su barrio, …
Seamos personas que escuchemos a Dios, respondamos como Samuel y nos inclinemos para hablar de Dios a los demás, con la seguridad de que estamos ofreciendo vida y felicidad.