… De huellas dactilares
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CONSEJO 27

27. Las Maestras y Ayudantes están bajo la dependencia de la Maestra Primera para la instrucción religiosa y cuidado de la educación de las niñas. Siempre serán nombradas por la Superiora, quien las variará por razón de salud u otra circunstancia. Tendrán cuidado de estudiar bien sus Reglas y Reglamento.

                La M. Cándida sabía que es necesario mandar y obedecer, y que cada uno de estos verbos debe llevar implícito una actitud de servicio. Por eso afinaba en los consejos e intentaba dejar claras las funciones y funcionamientos de la estructura educativa que iba más allá de las aulas y que llegaba a la entera persona y a todas sus circunstancias.

                Ayer celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad y cerramos un ciclo de grandes celebraciones, volviendo hoy al tiempo ordinario, a la normalidad del año. Pero, como casi siempre, la festividad de ayer nos trae una dificultad de entendimiento racional, nos plantea circunstancias que, con la razón solo, nos cuesta comprender. Ante esta fiesta acude el apóstol Pablo y nos recuerda la carta que escribió a los habitantes de Corinto y nos da luz para entender:

                “La gracia del Señor Jesucristo, al amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con vosotros”

                Ahí me quedo, meditando, entendiendo en la medida que puedo, cómo Dios nos abraza desde la gracia, el amor y la comunión de las tres Personas. No necesito más. Me dejo, nuevamente guiar por la fe y el corazón.

                Y mientras tanto, os comparto, de la pluma de Carmen Cruz, lo ocurrido en junio de aquel 1888 cuando la M. Cándida va a Segovia. ¿Lo conocéis? ¿Lo recordáis?:

                Nueva estrella. Tiene cierta similitud con la que vemos campear en el escudo de la Orden de Predicadores.

                Fue Salamanca la ciudad que dio oportunidad a la Madre Cándida de conocer, tratar y valorar a los Dominicos. Durante cuatro años vivió casi frente al convento de San Esteban y hasta él pudo acercarse sobre todo aquellos días en los que la iglesia celebraba la liturgia con mayor solemnidad. Le gustaba a la fundadora la doctrina de los frailes predicadores. Y su oratoria. Magnífica, muy cuidada.

                Luego de conocer –en la calle y casualmente- al P. Joaquín Pérez Pando, la asistencia en San Esteban a los actos religiosos aumentó porque se aficionó a los sermones de Fray Joaquín. Éste dejó escrito que, cuando la Madre Cándida estaba presente, “tenía una inspiración particular al hablar, experimentaba una seguridad mayor frente al pueblo y una mayor facilidad de expresión, a la vez que notaba la fecundidad de su palabra”. Asombrosa declaración de todo un predicador con renombre.

                ¿Cuándo y cómo conoció la Madre Cándida a Santo Domingo de Guzmán? ¿De dónde le vino su devoción al fundador de los Dominicos? ¿De los propios Dominicos o, tal vez, la recibió de Santa Teresa?

                Estamos en junio de 1888. En Segovia. Hasta allí le había llevado la imperiosa necesidad de extender el reino de Dios por pueblo y ciudades. Claro que esto no se hacía sin malos ratos. Malos ratos y, a veces, malos tratos. Pero acompañados, también hay que decirlo, de consuelos y gracias especiales.

                Una de estas gracias con categoría de especial tuvo lugar en la “Cueva de Santo Domingo”.

                Es curioso constatar cómo la historia se repite en cuanto a lugares, personas, hechos, circunstancias. Aunque medien siglos entre ellos. Confrontamos:

Lugar: Segovia.

Personas: Teresa de Jesús (siglo XVI) y Cándida María de Jesús (siglo XIX).

Hechos: Las dos han llegado a la ciudad segoviana en busca de una nueva fundación.

Circunstancias: Teresa de Jesús, una vez asentado su nuevo “palomarcito”, acude un día al convento de Santa Cruz de los Dominicos para venerar la celda en donde el Padre Santo Domingo había vivido y hecho grandes penitencias. El P. Yanguas, uno de sus directores dominicos, allí mismo la confesó y dio la comunión. Después, la Madre Teresa se quedó en oración “con muy grande recogimiento y por harto grande rato”. Se levantó del suelo con lágrimas en los ojos. El dominico contó luego que el Santo se le había aparecido y que le había prometido ayuda en sus fundaciones.

                La Madre Cándida, en Segovia también, y en búsqueda de casa para establecer un nuevo colegio, llega a la Cueva de Santo Domingo, tres siglos más tarde, acompañada de otro dominico, el P. Mateo. Este Padre celebró la misa en la cueva-oratorio. La Madre Cándida, “después de comulgar, se quedó arrodillada, sin moverse, por mucho tiempo”. Que allí sucedió algo especial parece desprenderse de los comentarios que luego hicieron sus acompañantes, pero lo desconocemos, porque “la Madre calló sin querer decir nada”. Algo comentó luego Dª Mariana Llorente, hermana del fundador de Bernardos, quien aseguró haber oído tres golpes dados en aquel altar presidido por una estatua de Santo Domingo. Golpes o no golpes, lo cierto es que a todos cuantos allí estaban: dominicos, seglares, compañeras de la Madre Cándida, les había llamado la atención una oración tan intensa y prolongada.

                La historia externa, la hecha y vivida por los hombres “de puertas afuera”, tozuda ella, se empeña en copiarse, en repetirse. La historia de las almas, la que se desarrolla “de puertas adentro” entre Dios y los hombres, es única e irrepetible.

                Al principio de su vida religiosa tuvo la M. Fundadora que hacer verdaderos esfuerzos por no dejarse llevar de su innata tendencia a la oración. Tanto hablaba a las hermanas de su ansia de recogimiento interior, de su deseo de soledad, que éstas, verdaderamente alarmadas, llegaron a decirle con ingenuidad: “Madre, por favor, no nos deje huérfanas”.

                Con la ayuda inestimable del P. Herranz logró equilibrar acción y contemplación; entrega a los demás y atención amorosa a la presencia de Dios.

                Un astro más en el cielo estrellado de la Madre Cándida.

                Buena pista M. Cándida para seguir el camino: acción y contemplación. Como mirar los brazos de la cruz y descubrir las dos direcciones. Buena pista. Y a la misma distancia, como la cruz de las Hijas de Jesús. Las dos necesarias direcciones de nuestro ser.