Cuando el punto de referencia es Cristo, la enseñanza y el trato es mucho mejor. ¿La razón?, tienes un faro, una guía y un objetivo. Lo peor que le puede pasar a una persona es perder el norte o no tener norte. ¿Cómo podríamos vivir sin faro, sin norte? ¿Cómo sería nuestra vida con un faro equivocado? Ella, la M. Cándida, sabía de quién se había fiado desde aquel “sólo para Dios”; y desde esa plena confianza organizó su vida, desde esa posición de fiarse, vivió y compartió con otros esa forma de vivir. Hasta se “atrevió” a dar unos consejos para evitar que aparecieran bombillas que despistaran el camino. Incluso, de entre las seis que iniciaron la Congregación, hubo quien se dejó llevar por otro faro y se despistó tanto que tuvo que abandonar aquel camino.
Muchas son las ocasiones en las que tenemos que hablar, decidir, actuar; y muchas son las veces que nos cuesta salir de esas situaciones porque dudamos, porque no sabemos lo que tenemos que hacer. Hay veces que la vida te pone a prueba. Y cuando llegan esos momentos ¡qué bueno es que te den un consejo! La M. Cándida lo dio hace muchos años, pero lo bueno es que este consejo también nos vale hoy. Solo hay que leerlo en clave del siglo XXI: “tener delante a Cristo nuestro Señor”. Qué bien viene saber que cuando estamos oscuros sabemos cómo salir de esa falta de luz. En silencio, en calma, en lluvia fino, Dios habla, Dios te susurra una forma de salir, te abre un camino, te invita. Quizá no sea tan nuevo como esperabas, quizá ya lo habías oído muchas veces, pero lo que pasa es que la forma de escucharlo es nueva y única, es como esa ficha del puzzle que encaja cuando no pensabas que podía encajar.
Tener delante a Cristo en nuestra vida es obrar como el evangelio nos “aconseja”. Y esto es difícil, y aún es más complicado solo. Por eso, Dios, que nos conocía, dejó un grupo de gente para que nos lo explicara con su vida, dejó una comunidad para que trasladara lo que Él sembró en sus corazones, más que en su cabeza. Por eso la Iglesia sigue siendo la comunidad donde podemos vivir ese “tener delante a Cristo”, y esa comunidad donde cada uno puede sentir una forma distinta de ayudar, de servir, pero sabemos que todas son válidas.
Tener delante a Cristo es obrar con “tierna caridad”. Creo que la caridad siempre es tierna, siempre es alegre, siempre va acompañada de una sonrisa. No veo una caridad áspera, abrupta. Quizá sea un buen indicador para medir. Es un buen momento para pensar en aquellos santos, vivos o no, que conocemos y aplicarle, con todo el respeto y cariño, este indicador. Quiero compartir que lo he hecho y todos coinciden en esa tierna caridad. Ahora me falta aprenderlo en mi vida.
Tener delante a Cristo en nuestra vida es intentar “ser perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”, como nos decía Mateo ayer. Es “compartir, amar, rezar, saludar” a todos, incluso a aquellos que no nos caen tan bien, incluso a los enemigos. Difícil tarea, pero a eso estamos llamados.
Seamos de esas personas que quieren tener a Cristo siempre delante, para que sea Él quien dé luz a nuestros pasos.