Hoy inicio de puntillas y con mucho cariño y respeto, un caminito de 64 consejos que la M. Cándida dio a las maestras. Son buenos consejos, nada profesionales, pero llenos de una pedagogía de la vida y, sobre todo, de madre.
Este es el primer consejo del primer bloque de 14 que la M. Cándida ofrece a las “Maestras Primeras”. Es lo que llamaríamos hoy consejos para los profesores nuevos, y me refiero a todos, profesores y profesoras, maestros y maestras, a todos los que inician su actividad docente o no docente en un colegio. (Leer la corrección a esta afirmación en Consejo 2)
Es importante tener celo y tierna caridad, decía la M. Cándida. Es decir, tener ese entusiasmo fuerte y esa sensibilidad hacia los demás, ese ser buen profesional y tener un ojo pendiente de lo que sucede alrededor de las programaciones, de lo que afecta a la persona, de lo que hace que seas un maestro diferente. La M. Cándida algo sabía de esto y así lo pidió. La palabra celo es poco usada, por eso la he buscado para ayuda de su significado y me he encontrado esta sorpresa:
Interés ardiente y activo por una causa o persona, especialmente por la gloria de Dios y el bien de las almas.
Me he quedado gratamente sorprendido. Eso es celo, ese interés, esa pasión, esa forma de entrega a algo más que un sueldo y un puesto de trabajo, que también viene bien y se agradece. Y, junto al celo, la M. Cándida habla de procurar esa tierna caridad. Y es que la caridad no puede ser áspera, mal educada, angustiosa, amargada.
Y, cuando todo esto se consigue, asunto difícil y fácil a la vez, es cuando la M. Cándida aconseja algo más. Habla de corresponder a esa vocación llena de celo y tierna caridad con vigilancia, mansedumbre, paciencia y constante firmeza. Vamos, como un buen padre o madre con sus hijos. Días de vigilancia, sobre todo a ciertas edades, días de paciencia, mucha paciencia. Siempre con buen trato, con cariño, con mansedumbre y días de constante firmeza. Me encantan las cuatro características porque no se estorban, porque pueden ir a la vez, porque cada uno de nuestros alumnos puede necesitar una diferente en cada momento. Este es el secreto, ese es el consejo de la M. Cándida. Escucha, abre los oídos como maestra nueva y descubre que lo que tienes delante no son sillas, son personas y no son iguales, son únicas cada una de ellas. Y si un día se nos olvida o se nos va el traque, no dudemos en pedir disculpas, enseñemos a nuestros alumnos que errar es de sabios y que todos podemos equivocarnos y pedir disculpas, como una excelente manera de crecer.
Somos muchas veces como Juan Bautista, salvando las distancias, porque somos los que intentamos que se produzca el encuentro de nuestros alumnos con el Maestro. Que abran el corazón a Jesús. Nosotros intentamos preparar el camino, intentaremos allanad el camino y a partir de ahí, Dios se encargará de acercarse y, estoy seguro, que un día se encontraran de una forma especial, con unas características diferentes, con una edad distinta. Eso es lo menos importante. Lo que importa es que haya encuentro.
Recordamos a la Inmaculada, y recordamos, en palabras de Lucas, ese encuentro desorientador en un principio y de total confianza al final. Seamos de los del “fiat”. Seamos de los que cantamos todas las mañanas las maravillas de Dios. Seamos de los agradecidos por la vida, a pesar de todo. Y, aunque llevemos muchos años de pizarra y ordenador, no perdamos este primer consejo de la M. Cándida, porque solo puede traernos algo bueno y nuevo, algo que renace de entre esas cenizas que nunca perdieron la brasa.
¡Feliz segunda semana de Adviento!