Mi querida Petra:
Voy en el tren después de haberte dejado en Madrid. Con el vacío que deja tu ausencia y con muchos sentimientos que se van alternando, es como si se dieran la mano el dolor y la fraternidad, la pena y el cariño, el misterio y la esperanza… Pero ha sido fuerte también el agradecimiento: a Dios que te ha dado la Vida, a tu familia que te dejó su huella y marcó en ti una manera de ser, y a la Congregación que te ha ayudado a crecer, a tus hermanas, amigas y compañeros que tuvimos la suerte de compartir contigo trabajo, ilusiones, horizontes y hasta sufrimientos.
Todo ha sido para ti una ocasión para sonreir, escuchar, comprender, aceptar… Has sabido hacer la vida fácil, has conseguido transmitir felicidad y contagiar ganas de vivir. Has sembrado lo que ya empezamos a recoger…
Te he conocido y te he querido. Creo que sabía entender tu palabra condensada y llena de contenido unida a tu risa y tu carcajada que nunca la he sentido superficial… Muchas veces tu silencio hablaba y tus gestos y tu mirada eran capaces de hacer síntesis de la riqueza que llevabas en el corazón.
Cuando entraste a la Congregación, a la postura razonable de tus padres queriendo que terminaras el año que te faltaba para concluir tu carrera, estaba tu único razonamiento: “¡Es mi momento!”. También ahora Dios ha elegido su momento para ti, tu hora…