¿No os pasa que una de las charlas más habituales en este mes es la del cambio de armario?
Desde hace unas semanas, en las que este tiempo, parece, empieza a refrescar, no hay conversación en la que me encuentre que no surja este tema.
Tomando café en casa de mi vecino me decía, mientras inquieto movía la cucharilla contra la taza:- Tengo que cambiar los armarios.
En el almuerzo de Domingo con mis padres, la sobremesa versó sobre lo mismo: -Esta semana revisamos la ropa de abrigo del pasado año.
Hablando por teléfono con mi mejor amiga hace días, la conversación acabó en un – Necesito unos días para organizar la ropa que vamos a usar este invierno.
Sí. Están presentes estas frases en muchas de mis conversaciones. Y seguro que en las vuestras también. Está vida es un ciclo y ahora toca cambiar armarios. Y se hace. Aunque cueste. Aunque pese. Aunque se ponga todo patas arriba.
Llega octubre.
El mes del cambio de estación.
Del cambio de vestuario.
Del cambio de calzado.
Y cambiamos porque necesitamos adaptarnos. A un nuevo ambiente, a una nueva temperatura. Y lo hacemos cada octubre, como una rutina, como algo interiorizado y necesario, que nos ayuda a convivir en sintonía con lo que respiramos. Con nuestro día a día.
Quizás porque este año me siento más tranquila, más conectada, más en actitud de escucha al corazón, mi cambio de armario no será solo el físico e imprescindible para afrontar el otoño. También será un cambio interior. El necesario para convivir en sintonía con lo que me rodea, adaptándome a las novedades, a lo que vendrá, a aquello que, inevitablemente, por el ciclo de la vida, está por llegar. Aunque suponga poner todo patas arriba.
Y la nueva estación de mi vida me cogerá con la ropa y el calzado adecuado para caminarla juntas.
Raquel Criado Allés
@raquelraquela